MARÍA AMPARO CASAR
“Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas”. Así comienza el ensayo de Hannah Arendt titulado Verdad y Política (1964)
Todo indica que el sexenio que comienza seguirá con la costumbre de los otros datos, forma eufemística de llamar a la mentira. Con un agravante. Ahora será más difícil acceder a la información para desmentir esos otros datos.
La desaparición del Instituto Nacional de Transparencia junto con otras seis instituciones, algunas plenamente autónomas y otras sólo con autonomía técnica y presupuestal, significa un retroceso democrático.
No tendremos un CONEVAL que no sólo mide la pobreza, sino que provee información confiable para el análisis de la política de desarrollo social y la mejora continua de los programas, además de publicitar los resultados de las diferentes acciones de política social.
Se va Mejoredu, una versión descafeinada del extinto Instituto Nacional para la Evaluación Educativa (INEE) que evaluaba el aprendizaje de los alumnos de educación básica.
Se eliminan la COFECE, el IFT la CRE y la CNH con sus funciones regulatorias, decisorias, de vigilancia y sancionatorias que por lo menos durante algún tiempo tomaban decisiones transexenales e independientes en cada una de sus áreas. independientes. -al menos por algún tiempo- de que de una u otra manera
Y la joya de la corona, desaparece el INAI, el mejor instrumento de los ciudadanos para acceder a la información pública de los gobiernos federal y locales, poderes, sindicatos, partidos políticos y universidades públicas, para combatir la corrupción, para defender el derecho a la privacidad y para hacer efectiva la rendición de cuentas. Una institución, por cierto, de clase mundial.
Las razones para desaparecer estas instituciones, en particular al INAI, son todas, falacias, invenciones y sofismas.
Como hipótesis arriesgo razones distintas a las esgrimidas por la presidenta y por Morena y aliados para desaparecer a algunos de los órganos autónomos. Ninguna tiene que ver con ahorros, elefantes blancos, corrupción, duplicidad de funciones o privilegios.
Uno. La información es poder. Si yo la monopolizo, mi poder aumenta.
Dos. Los “otros datos” se convierten en los “únicos datos”, aunque falseen la realidad.
Tres. Los datos son la única manera para desmontar mitos como primero los pobres, el fin de la corrupción, la ausencia de privilegios, la austeridad republicana, quer vamos bien en seguridad, el fin del nepotismo o la falta de resultados.
Cuatro. La crítica es un arma letal para quien busca imponer una visión del mundo y respaldarla con resultados, aunque estos no existan.
Cinco. La academia y el periodismo de investigación encontraron su mejor herramienta de trabajo en la ley de transparencia, en las obligaciones de acceso a la información que deben ser publicadas por cada dependencia y en la Plataforma Nacional de Transparencia (PNT). Sin esa información habría sido difícil dar con actos y redes de corrupción como Segalmex, con datos suficientes para probar que el 80% de los contratos se dieron por adjudicación directa, con información sobre el costo real de las obras públicas emblemáticas del sexenio anterior, sobre la venta del avión presidencial o sobre la destrucción ecológica provocada por el Tren Maya.
Seis. Con información se torna más difícil manipular la verdad.
Siete. La mentira tiene altos rendimientos políticos.
Ocho. La información que no está en manos del gobierno se convierte en contrapeso y, está claro, estos no son del agrado del nuevo régimen.
Cierro como abrí, con Hannah Arendt. En estos tiempos se abusa de “esa misteriosa facultad nuestra que nos permite decir brilla el sol cuando está lloviendo a cántaros”.