CONCATENACIONES/ Fin de año

FERNANDO IRALA

Vivimos la agonía de 2025, y con el fin de año concluye también un cuarto de la centuria, el primer cuarto del siglo XXI.

Por ello estas fechas son doblemente simbólicas. Si la llegada de un nuevo año es siempre momento de reflexión, formulación de buenos propósitos e inicio de nuevos proyectos, un cuarto de siglo es, en la escala humana, el lapso en que nace y madura una generación, y por lo tanto, una oportunidad de renovación de nuestra especie y del mundo.

De antaño, por ejemplo, la Iglesia Católica significa este espacio al declarar cada veinticinco años un año santo o de jubileo, como  lo fue este ciclo que concluye. Se trata de un tiempo de gracia, perdón y reconciliación.

Pese a ello, esto no siempre se logra. Ni en el planeta ni en nuestro país.

Si el inicio del tercer milenio permitió generar expectativas de que el mundo podría aproximarse a una mejor etapa en su historia, porque con el dominio de la tecnología y el conocimiento podríamos aspirar a un mundo de progreso, sin hambre y sin guerras, esto no ha ocurrido así.

Cerramos 2025 con diversos conflictos armados, como los que tienen lugar con la invasión rusa a Ucrania o el genocidio palestino a manos del Estado israelí, o la amenaza que pende sobre Venezuela, o con naciones como algunas africanas, y una muy cercana como Haití, donde la pobreza y la marginación persisten, y sus poblaciones son presa de la criminalidad sin control.

En nuestro país tampoco se percibe el avance que imaginamos en el ya lejano cambio de milenio.

La entonces naciente democracia, la alternancia política y la construcción de instituciones de contrapeso al poder monolítico de un partido, hoy están en franca desaparición.

Mientras tanto, además, la delincuencia organizada ha pasado de ser una amenaza latente a convertirse en una fuerza dominante en vastas regiones del país, lo cual ha pagado la sociedad a un alto costo, de centenas de miles de muertos y desaparecidos, de extorsiones, amenazas y cobro de piso.

Y tal vez haya menos pobreza, como pregona el régimen, pero lo cierto es que en ello no hay avance real, sino sólo la entrega cada año de un billón de pesos entre los necesitados, magnitud que no hay cómo sostener en el mediano plazo. Ya hoy los programas sociales se financian con puro endeudamiento público, lo que significa que estamos hipotecando el porvenir a cambio de un espejismo muy transitorio.

Lo que no hay es crecimiento de la economía, empleos de calidad, productividad. Ni mejora en los indicadores de salud, educación y esperanza de vida.

Así nos aproximamos al próximo año y al siguiente cuarto de siglo, que es decir la llegada de una nueva generación de mexicanos y de habitantes del planeta. Con un panorama más sombrío que al cambio de milenio, y sin muchas razones para el optimismo.

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