DE SEMANA EN SEMANA/ ¡Feliz Navidad!

TERESA GURZA

Signo de nuestros tiempos es que santaclós protagonice la Navidad, simulando ser San Nicolás de Bari.

Nacido en Asia Menor en el tercer siglo del cristianismo, el Bari le viene a San Nicolás porque sus restos fueron llevados a esa ciudad italiana cuando en 1087, los mahometanos invadieron Turquía.

Su culto como protector de pobres y patrón de niños y marineros, se extendió a Rusia y Europa que lo celebraban el 6 de diciembre repartiendo a los niños dulces y regalos.

Migrantes alemanes y holandeses lo llevaron a EEUU y el 24 de diciembre de 1823 el poeta Clement Clark Moore, que recién había quedado viudo con cinco hijos pequeños, escribió para entretenerlos el cuento Visita de San Nicolás, en el que un amable y regordete anciano de barba blanca recorría las casas en Nochebuena, en un trineo volador tirado por renos y lleno de regalos.

Años después, la Coca-Cola se lo apropió para publicitar su bebida y cambiándole la capa de pieles por un traje rojo y blanco y pagando personas para que vistieran así, lo popularizó.

Lo detesto desde niña cuando Sears lo colocó en un aparador de su tienda de Insurgentes, moviendo la panza al compás de una risa burlona.

Me choca también, esa como obligación de estar alegres y querer a todos.

Me apenan los que, en esos días de gastadera, no pueden cubrir lo indispensable.

Y quienes, como mi familia chilena, sienten la soledad con mayor intensidad, por las sillas que no serán ocupadas.

Afirma la OMS, que la soledad se incrementa en diciembre haciendo estragos en cuerpo y mente y la asocia con Alzheimer, suicidios y diabetes.

Y la hay, en todos lados.

Chinos buscan amigos en almacenes Ikea, gringos pagan por abrazar vacas, asiáticas se casan con ellas mismas, ingleses abordan un chattybus ansiosos de platicar de lo que sea con quién sea, madrileños buscan a Voluntarios contra la soledad, para lo mismo.

Y cientos de millones que se sienten solos, se acercan a políticos mentirosos porque les dicen lo que quieren oír.

El origen de nuestras fiestas navideñas está en las celebraciones del solsticio de invierno dedicadas a Saturno, dios de la agricultura, para que propiciara buenas cosechas.

Los adornos recuerdan las coronas de hojas verdes y bayas rojas, que colocaban en puertas y ventanas para tener salud y fortuna.

Y los primeros árboles navideños se adornaron con manzanas, nueces y naranjas en rodajas secas, para simbolizar al sol.

Hoy, las celebraciones son variadas.

Las familias suecas ven la caricatura El Pato Donald y sus amigos le desean una feliz Navidad, que pasó por televisión por primera vez el 24 de diciembre de 1959.

Como empieza el verano austral, los chilenos cenan al aire libre mariscos, cordero al palo y res asada y el de los regalos es el Viejito Pascuero.

En Rusia rige el calendario ortodoxo y es hasta el 6 de enero y tampoco hay ahora Navidad en Venezuela, Maduro la “adelantó” al primero de octubre.

En misa de medianoche en los Montes Tatras, las mujeres mecen al Niño en pañoletas de colores.

En Islandia se intercambian libros que se leen en Nochebuena.

En Australia hay partidas de críquet, con jugadores de todas las edades; no se trata de ganar, sino que todos participen.

A pesar del frío, los finlandeses salen a encender velas en los cementerios y luego se calientan, en una sauna familiar.

En parte de Ucrania las puertas se adornan con brillantes telarañas, recordando la leyenda de una piadosa araña que decoró el árbol de una paupérrima mujer.

En Japón hay pocos cristianos, pero las parejas festejan como si fuera Día de San Valentín apapachándose en hoteles y comiendo bizcochos con crema y fresas.

En México ponemos Nacimientos y quebramos piñatas que unos dicen heredamos de los mayas, que le pegaban con los ojos vendados a una olla de barro rellena de cacao y colgada de una cuerda y otros que vinieron de China, donde rompían la figura de un buey lleno de semillas.

Bebemos ponche, que resulta de hervir juntos tejocote, caña, tamarindo y flores de Jamaica, con o sin “piquete” según la edad.

Y adornamos las casas con las autóctonas y rojas nochebuenas, que el embajador gringo Poinsett se llevó a la mala y bautizó poinsettas.

En mi casa los regalos los traía el Niño Dios y ahora pienso que no deja de ser curioso que, con excepción del bacalao, cenáramos platillos anteriores a la llegada de los españoles que trajeron el cristianismo, que la Navidad celebra.

Los romeritos son yerbas que comían los aztecas con mole, camarones secos y papitas; al guajolote le inflan las pechugas para decirle pavo, pero ya era parte importante de las ceremonias mexicas.

Costumbres y comidas son variadas, pero es común identificar la Navidad con Jingle Bells.

Compuesta en 1857 por James Pierpont en una taberna de Medford, Massachusetts, es una canción tonta que no se refiere al niño Jesús ni a diciembre.

La hizo famosa Bing Crosby como Blanca Navidad y el 16 de diciembre de 1965, cuando los astronautas Wally Schirra y Tom Stafford la tocaron con una armónica en la Géminis 6, se convirtió en la primera melodía oída en el espacio.

Prefiero mil veces el precioso villancico Silent Night, “Noche de paz”, escrito por el sacerdote austriaco Joseph Mohr, en 1816; poco después de las guerras napoleónicas.

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