PULSO/ Año infeliz

EDUARDO MERAZ

El calendario se acerca a su último suspiro de 2025 y, en el aire, no se percibe el alivio de un ciclo cumplido, sino la pesadumbre de un año que se suma a una larga cadena de desdichas.

A punto de terminar el año, difícilmente la sociedad mexicana podría estar en mejores condiciones de vida a las del año pasado, con lo cual acumula, al menos, un sexenio de penurias en materia de salud, educación y servicios públicos, a pesar de las devoluciones de impuestos llamados programas sociales.

La vida cotidiana de millones de ciudadanos se ha convertido en un peregrinaje entre hospitales sin médicos, aulas vacías y calles donde la violencia se pasea con impunidad.

Los gobiernos del cuatroteísmo se vanaglorian de los 13.4 millones de mexicanos hoy menos pobres, pero omiten o dejan de lado, los 64 millones de compatriotas sin acceso a servicios especializados de salud, ni el millón y medio de niños y jóvenes acumulados fuera de las escuelas; y muchos menos aceptan que México es la nación más violenta del mundo, si se excluyen a los países en guerra.

En materia económica, a lo largo de siete años, en promedio, el producto interno bruto ni siquiera llega al uno por ciento anual, mientras cada día importamos más alimentos y energéticos para satisfacer la demanda interna.

Este termómetro que mide el pulso de la nación, apenas respira. Siete años de crecimiento raquítico, con un producto interno bruto que no alcanza ni el uno por ciento anual, en promedio, han dejado cicatrices profundas.

Cada día se importan más alimentos y energéticos, como si la tierra fértil y los recursos naturales hubieran sido olvidados en un cajón; la autosuficiencia se ha convertido en un mito, y la dependencia externa se fortalece como una cadena invisible que ata el destino del país.

Pero eso sí, no sólo hemos duplicado la deuda externa en tan solo siete años, y de acuerdo con las proyecciones de las autoridades hacendarias, de aquí al 2030, los mexicanos deberemos asumir la carga de un nuevo Fobaproa cada año, pues cada 12 meses, en promedio, el gobierno de Claudia Sheinbaum nos endeudará más con 1.5 billones de pesos; cantidad muy cerca de ser el doble del monto actual de los programas sociales.

Y mientras en todo este lapso, los habitantes de Palacio Nacional insisten en “atacar las causas” de la violencia y la inseguridad, al menos un 30 por ciento de jóvenes está dispuesto a incorporarse a las filas del crimen organizado y abandonar, por inútil, el programa construyendo el futuro, que ni es programa ni tiene futuro.

El mundo de ficción de la 4T se ha ido agudizando con el paso del tiempo. Hoy las mentiras, los engaños, los fraudes y los cochupos no son únicamente para tapar la ineptitud y corrupción del pasado reciente, sino también para vendernos una versión cada vez más pobre de un paraíso.

Mientras tanto, la violencia se alimenta de la desesperanza. Un treinta por ciento de jóvenes, según estimaciones, estaría dispuesto a incorporarse a las filas del crimen organizado.

No es una decisión tomada por maldad, sino por la certeza de que los programas oficiales, como “Construyendo el Futuro”, no ofrecen ni futuro ni sustento; la delincuencia se convierte en una opción de supervivencia, un camino torcido pero tangible frente a la ausencia de oportunidades reales.

El relato gubernamental insiste en “atacar las causas” de la inseguridad, pero las causas parecen multiplicarse como sombras. La pobreza, la falta de educación, la ausencia de servicios básicos, la corrupción y la impunidad forman un entramado que no se deshace con discursos.

La ficción de la llamada “transformación” se ha agudizado con el paso del tiempo. Lo que comenzó como un proyecto de esperanza se ha convertido en un teatro donde las mentiras y los engaños se repiten como actos de una obra interminable. El país se presenta como un paraíso socialista, pero en el fondo se asemeja más a un feudalismo moderno, donde los amigos del poder se convierten en nobles improvisados, sin alcurnia ni mérito, pero con privilegios que los colocan por encima de la ley.

El año que termina deja una herencia amarga. No es sólo un ciclo más en el calendario: es un recordatorio de que el país acumula un sexenio de penurias, de que las instituciones se han debilitado, de que la esperanza se ha erosionado, con un gobierno pobre y paupérrimo, pero con asociados -dentro y fuera de la legalidad-multimillonarios.

México se encuentra en una encrucijada, atrapado entre la ficción oficial y la crudeza de la vida cotidiana. Un año más de infelicidad.

He dicho.

EFECTO DOMINÓ

Dos balaceras dos en la capital del país este día, es una Clara demostración de un gobierno fallido.

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