ESCARAMUZAS POLÍTICAS/ Fichas, contratos y poder: la disputa de EE.UU. y China por Venezuela

GLORIA ANALCO

Estados Unidos ha vivido como si el mundo fuera un casino: luces encendidas, fichas circulando, la ilusión permanente de que la casa nunca pierde. La financiarización convirtió la economía en números, la política en gestión y el poder en expectativa. Todo funcionaba mientras el dinero fluía y el futuro podía descontarse. El problema es que un casino no produce nada: solo reparte promesas.

Algo de esa lógica se filtra ahora, sin disimulo, en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional presentada el 4 de diciembre. Washington ya no habla de hegemonía, sino de esferas de influencia. El giro semántico no es menor: la hegemonía presupone liderazgo aceptado; la esfera de influencia, control y cobro. No es un proyecto para ganar el mundo, sino para administrar el declive.

Después de décadas en las que la financiarización ha dominado la economía estadounidense, Donald Trump intenta aplicar ese mismo esquema a la geopolítica: concentrar territorio propio, franquiciar el resto y exigir peaje. Europa y Oriente Medio aparecen como franquicias; América Latina como zona exclusiva. Es la lógica empresarial trasladada a la política exterior, no como ambición expansiva, sino como repliegue estratégico.

El problema -como advierte Alastair Crooke, ex diplomático británico, antiguo mediador en conflictos internacionales y observador lúcido del reordenamiento global- es que el mundo ya no está esperando a Washington.

Crooke subraya que Venezuela, con las mayores reservas de petróleo del planeta, no es un caso aislado: representa un nodo estratégico donde se cruzan intereses de largo plazo.

En marzo pasado, Nicolás Maduro ofreció a Washington una asociación plena en petróleo, gas y minería, incluida la del oro. Donald Trump dijo no.

Crooke observa que este rechazo no fue un error económico: fue una decisión sistémica, porque aceptar esa asociación implicaba coexistir con China en Sudamérica.

Desde mi perspectiva, esto deja claro que EE. UU. ya no puede imponer reglas universales sin asumir costos que exceden su capacidad actual.

Meses después, en noviembre pasado, Venezuela firmó con China un contrato estratégico de gran calado que no se limita a la compra de crudo, sino que incluye la gestión de campos petroleros e inversiones a largo plazo.

Crooke enfatiza que no se trata de un gesto simbólico: es un contrato inscrito en la lógica de suministro, infraestructura y horizontes largos del modelo chino.

Es fácil entender, entonces, por qué EE. UU. enfrenta ahora una restricción material y estratégica en Venezuela que no puede eludir.

Hay que advertir que China controla las tierras raras indispensables para la tecnología digital, la inteligencia artificial y buena parte de la industria avanzada. Sin ellas, Estados Unidos no puede reindustrializarse ni sostener su base tecnológica.

La disputa por Venezuela, entonces, no es ideológica: es material, estratégica y de largo plazo.

La tensión se profundiza porque Washington enfrenta contradicciones insolubles. Quiere mantener el dólar fuerte y al mismo tiempo reindustrializar el país; pretende tipos bajos sin que colapse el mercado de bonos; busca sostener el capital financiero sin producir liderazgo real.

“No se puede tener todo al mismo tiempo”, dice Alastair Crooke.

O el capital sostiene fábricas o sostiene bonos. Cuando se confunde dinero con poder, la realidad termina cobrando intereses.

Se entiende, entonces, que esta es la raíz de la impotencia estadounidense: la teoría financiera aplicada al mundo real choca con los límites materiales, muy a pesar suyo.

En América Latina estas contradicciones se hacen visibles de inmediato. Cada contrato, cada inversión, cada decisión material construye un tablero donde EE. UU. ya no puede imponer reglas sin pagar un precio político y económico que excede su capacidad actual.

Esto es lo que nos hace ver Crooke: que forzar la ruptura del contrato chino implicaría una escalada que Washington difícilmente podría controlar.

Y no es solo cuestión de números o recursos: es cuestión de tiempo y posición. El sistema financiero global, con su velocidad y su opacidad, no espera decisiones pausadas ni diplomacia gradual. Cada retraso se traduce en pérdidas, cada intento de coerción genera resistencia.

Así, mientras Estados Unidos enfrenta sus límites financieros y estratégicos, China consolida su posición material en la propia América Latina que Washington pretende dominar por completo.

Trump no enfrenta solo errores aislados; enfrenta un mundo que ya no se deja ordenar como antes. Y al intentar corregirlos con la misma lógica financiera que domina la economía estadounidense, no los corrige: los profundiza.

Cada movimiento, cada intento de control, choca con la realidad material y estratégica, y aumenta la tensión global.

Crooke, sobre este análisis del tablero geopolítico, concluye que la pregunta no es si habrá confrontación, entre China y Estados Unidos, sino cómo se gestionará el caso de Venezuela: ¿de forma ordenada o por la fuerza?

Cuando el casino ya no puede pagar, lo que está en juego deja de ser dinero: es poder, influencia y riesgo para todos.

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