PALABRAS MÁS/ Culto a dictadores

“Lo que llamamos presente toma

forma mediante una acumulación del pasado”

Haruki Murakami

ARTURO SUÁREZ RAMÍREZ/ @arturosuarez

La izquierda mexicana ha sido terreno fértil para la adoración irracional de figuras que están más que puestas en duda. Ahí está Ernesto Guevara, quien ha marcado a varias generaciones, pero cuya historia tiene más sombra que luz. Sus tropelías no les importan porque la irracionalidad termina por imponerse.

La autodenominada Cuarta Transformación tampoco escapa a la idolatría, esa actitud poco racional en la que se venera desmedidamente a caudillos, objetos e ideas que, con frecuencia, rozan la fantasía revolucionaria. Durante años, la 4T alimentó un relato heroico que prometía redimir al país de todas sus injusticias; se erigió en movimiento moralmente superior y construyó una épica donde sus líderes aparecían como salvadores incuestionables.

Pero toda mística se desmorona cuando llega la hora de gobernar. Las narrativas que antes movilizaban multitudes se desarticulan una a una al enfrentarse con la realidad: se convierten en discursos huecos, en fórmulas repetitivas que ya no inspiran, sino que desgastan. Bajo el amparo del “pueblo bueno”, se han cometido excesos, se han fabricado verdades a conveniencia y se ha recurrido al populismo que simplifica problemas complejos para ocultar incapacidad o falta de resultados.

Uno de los ejemplos más añejos es Cuba, primero con Fidel Castro y luego con Raúl Castro, quienes prometieron progreso y una vida mejor, pero eso solo fue para ellos y su cúpula. A pesar de haberse levantado parte del bloqueo, los habitantes de la isla siguen en la pobreza, se vulneran los derechos humanos y no se vislumbra un panorama mejor a corto plazo.

Algo parecido sucede en Venezuela con Nicolás Maduro y su antecesor Hugo Chávez. Es un caso donde se observa con claridad cómo se deterioró la calidad de vida de los venezolanos. Ahí están documentadas las formas en que demolieron instituciones, destruyeron contrapesos y sostuvieron una narrativa de que pronto alcanzarían niveles de primer mundo. Hoy también se encuentran en franca caída: miles de desplazados, presos políticos y libertades restringidas.

Con todo y su discurso de defensa al pueblo, hay personajes en la política nacional —los más extremos, los más radicales— que encuentran en esos gobiernos ejemplos de progreso, bienestar y hasta felicidad. Ahí está López Obrador y Claudia Sheinbaum, incapaces de condenar lo que sucede y reacios a nombrarlos como dictadores.

Qué decir de otros que rayan en el fanatismo. Algunos son capaces de torcer la realidad para presentarlos como líderes visionarios y hasta justifican crisis humanitarias con el viejo cuento antiimperialista. No es casualidad: quisieran ver su reflejo en ese espejo, con el mismo control, la misma narrativa heroica y el mismo culto a la personalidad, aunque aquí les estorbe eso que llaman democracia.

Quizá pronto, ante la presión que ejerce Estados Unidos —particularmente Donald Trump— sobre Venezuela y Nicolás Maduro, veamos a los líderes de América decantarse de uno u otro lado. Eso incluye a la 4T y a otros movimientos progresistas que hoy guardan un silencio incómodo. No quieren condenar a Maduro, pero tampoco aparecer del lado del republicano, así que optan por mirar hacia otro lado. Esa ambigüedad solo exhibe que cuando el gigante del norte presiona, muchos revolucionarios de café guardan sus discursos en el cajón.

Las fichas en el tablero de América se mueven: se cierra el espacio aéreo, se despliegan fuerzas armadas en aguas internacionales y se destruyen lanchas que supuestamente llevan cargamentos de droga rumbo a Estados Unidos. Todo está puesto para que le tiren un manotazo al dictador bolivariano, al que muchos acá le rinden culto… Pero mejor ahí la dejamos.

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Hasta la próxima.

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