PULSO/ Sombreros y sombreraZos

EDUARDO MERAZ

Los mexicanos, con sombreros o sin ellos, seamos o no de la Generación Z empezamos a decir: ¡basta!, al darnos cuenta del truco de los programas sociales, como la fórmula empleada por cuatroteístas y cuatroteros para mantenernos “sosegados” a cambio de 30 monedas.

Crédulos de sus mentiras y engaños, los gobernantes guindas no se han dado cuenta de haber despertado al tigre -como bien decía su guía espiritual-, por lo cual habrá de verse quién es el guapo dispuesto a atarlo.

Y en ese aspecto, al ver los magros o nulos resultados alcanzados por los funcionarios del ayer inmediato y de hoy, nos percatamos de la pobreza -miseria, mejor dicho- intelectual, organizativa y de gobernanza disfrazada con ropajes supuestamente transformadores.

Y muchos de ellos, segundones en tiempos pretéritos, cuando vestían otras camisetas, hoy se hacen bolas para solucionar las necesidades de la gente, pero muestran una capacidad e imaginación inigualables para hacer negocios al amparo del poder.

Con las alforjas llenas, recurren al fácil expediente de parafrasear los programas del neoliberalismo, dándoles una barnizada de populismo del bienestar, y creen haber descubierto el agua tibia, con la cual podrán calmar la sed de justicia, seguridad, salud, educación y buenos servicios públicos.

Mañosamente olvidan o esconden las complicidades por medio de las cuales han podido llegar hasta donde se encuentran hoy; esa especie de vínculo ideológico-incestuoso con el porfiriato y la colonia, o bien el concubinato vergonzante, ese pertenecer al harem de los dueños del dinero, que los volviera iguales.

Han barnizado viejas fórmulas con colores nuevos, creyendo que el pueblo no distingue entre lo auténtico y lo reciclado. El abandono de unos colores por otros, los ha vuelto expertos alquimistas del oportunismo, capaces de convertir la necesidad en ganancia y el dolor en dividendos.

Pasado el primer año de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum y acabada la luna de miel, la paciencia de mandataria y mandantes deja ver las primeras cuarteaduras de la estructura de barro en la cual se asienta el poder, por más insistencia en gritar a los cuatro vientos que no se es piñata de nadie.

En tanto, frente a tanta promesa incumplida, la dignidad ciudadana usa sombrero y con firmeza y galanura se propone salvar los escollos de la mediocridad gubernativa. Y de ser necesario, recurrir a los sombrerazos para enderezar el camino, pues hemos comenzado a sacudirnos el polvo de la resignación.

La gobernanza, esa palabra que debería significar servicio, se ha convertido en espectáculo. Se gobierna con slogans, se legisla con ocurrencias y se administra con improvisaciones.

La pobreza intelectual de quienes ostentan el poder es tan evidente como la riqueza que acumulan en sus bolsillos. Y el pueblo, que ha aprendido a leer entre líneas, ya no se deja engañar por el brillo de las palabras huecas.

En este escenario, el sombrero se convierte en símbolo de resistencia; no es solo una prenda; es una declaración, es el gesto de quien se planta con dignidad frente a la mediocridad gubernativa, es el acto de quien, cansado de esperar, decide actuar.

Porque los sombreraZos no son violencia: son sacudidas de conciencia, son llamados al despertar, son la forma en que el pueblo dice “¡basta!” cuando ya no queda otra opción.

La historia de México está llena de sombreros y sombreraZos. Desde los charros que cabalgaron por la Revolución hasta los campesinos que defendieron su tierra con machete y palabra. Hoy, en pleno siglo XXI, el sombrero vuelve a alzarse como estandarte de dignidad.

Además, en estos tiempos de la globalización y en la era digital, late una ciudadanía cada vez más informada y menos manipulable, que empieza a exigir cuentas. Ya no se conforma con discursos bonitos ni con promesas eternamente pospuestas.

La Generación Z quiere resultados, quiere justicia, quiere respeto y si no los encuentra en las instituciones, los buscará en las calles, en las urnas, en las redes, en los cafés donde se conversa con pasión y esperanza.

Porque México no es un país de conformistas. Es un país de soñadores, de luchadores. Así que, gobernantes de hoy y de mañana, escuchen el eco de los sombreraZos. No lo desprecien, no lo minimicen, porque ese eco es el latido de un pueblo que ha decidido no callar.

Y como decía el guía espiritual de la corriente guinda: “despertar al tigre” es fácil; lo difícil es atarlo; una vez despierto, se acaba el sosiego.

He dicho.

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