
TERESA GURZA
Cuando éramos jóvenes, una amiga decía a propósito de casi todo I couldn’t care less -no me podría importar menos- y entre que me daba risa y me asombraba, porque entonces todo me importaba mucho.
Pero ahora que me importan pocas cosas -los sufrimientos de las mujeres, la situación en México, Ucrania y Palestina y si me encontraré con Matías cuando muera- me encantó leer sobre el club del Me importa poco.
Fue fundado por Melani Sanders de 45 años, madre de tres hijos y residente en Florida y se han sumado mujeres de muchos países hartas como ella, de pasar la vida complaciendo a todos.
Según nota del 24 de junio de Chloe W. Shakin para New York Times, Sanders informó a sus cientos de miles de seguidoras en redes sociales que durante décadas se preocupó de su marido, de que sus hijos comieran verduras y de no salir sin maquillarse.
Se cansó de hacerlo y pidió a sus fans, compartieran lo que no les importa.
Multitud de respuestas se refirieron tanto al aspecto personal “ya no me importa la grasa que se me ha ido acumulando”, “no me importa tener el busto caído” como al cansancio por las censuras del marido “ya no me importa que me critique porque me echo en un sofá tapada con una manta eléctrica y el ventilador prendido”, “no me importa que me corrija todo el día”, “no me importa que quiera de cenar algo diferente a lo que le hice”.
La mayoría comentó que sus sentimientos se agudizaron con la menopausia y ahora el sueño de Sanders, es invitarlas a un retiro donde “simplemente puedan estar libres de presiones y priorizando su bienestar”.
Y es curioso que en otros lugares estén sucediendo cosas similares.
Un artículo de Alejandra Lizana publicado este 23 agosto en El País, alega que millones de mujeres están agotadas por el Mankeeping que se ha vuelto común en el mundo occidental.
El término lo inventó Angélica Puzio Ferrara, doctora de la Universidad de Stanford, y significa ser el único sostén emocional del marido.
Puzio precisó que las investigaciones revelan que hasta 1990, casi la mitad de los hombres casados recurrían a sus amigos cuando tenían problemas, pero por los cambios sociales de las últimas décadas sólo veinte de cada 100, lo hacen hoy.
Y como han disminuído en más del 80 por ciento los círculos sociales puramente masculinos, las mujeres se han convertido en el único puntal de sus parejas y aunque lo hagan con amor y paciencia, se agotan.
La situación pasa generalmente desapercibida por ellos y la valoran poco, pero estar constantemente a su disponibilidad genera en las mujeres agobio y frustración y desbalancea la relación.
En China, la presión a las mujeres para que se casen antes de los 30 años es intensa y además de sus trabajos, deben ocuparse de padres, abuelos, hijos y tareas domésticas.
El conjunto de estas responsabilidades las sobrepasa y se están refugiando en comunidades femeninas donde descansan y encuentran seguridad y apoyo, afirmó un cable de AFP que retomó El Mercurio de Chile el 24 de agosto.
La independencia económica y mayor nivel educativo que han alcanzado las chinas, les permiten más opciones y estas comunidades de solidaridad, se han incrementado cien por ciento.
Ahí, lejos de presiones y juicios masculinos, brotan risas y llantos porque son escuchadas con la calidez y empatía, que solo se da entre quienes enfrentan los mismos problemas y heridas emocionales, explicó Lilith Jiang, de 34 años y fundadora de la librería-café pekinesa La Mitad del Cielo.
En fin, hasta las monjas se están rebelando.
Tres religiosas octogenarias huyeron a principios de este septiembre, del asilo a donde las mandaron autoridades eclesiásticas y regresaron a su convento-colegio del castillo Kloster Goldenstein, en los Alpes suizos.
Bethany Bell, corresponsal de la BBC en Salzburgo, escribió el 13 de septiembre que la hermana Bernadette de 88 años estuvo ahí desde adolescente y en 1948 fue compañera de clase de la actriz Romy Schneider.
La hermana Regina de 86 años, llegó en 1958 y fue directora de ese colegio que empezó a admitir niños hombres en 2017 y la hermana Rita de 82, ingresó en 1962.
Las tres pensaban permanecer ahí hasta su muerte.
Pero como en 2022 había pocas monjas, el castillo pasó a la Arquidiócesis de Salzburgo y a la jurisdicción del monasterio agustino de la Abadía de Reichersberg; cuyo superior las recluyó a la fuerza un año después, en el hogar de ancianos del que escaparon ayudadas por ex alumnas; que les llevaron enseres, comida, un cerrajero y personal para reconectar agua y electricidad.
“He sido obediente toda mi vida, pero no lo seré más” resumió la hermana Bernadette.
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