
JUAN CHÁVEZ
Para la conmemoración del afamado Grito de Dolores, me gustó hacer resumen de su semana víspera, en la que vivimos la corrupción de marinos, funcionarios y empresarios, y la tragedia de Iztapalapa, con 13 muertos hasta ahora.
Para colmo el sitio de la desdicha lleva el nombre de algo inexistente en el México de la cuarta transformación: La Concordia, que significa armonía, arreglo, paz que hemos perdido desde el obradorismo y que irremediablemente, la discordia, sigue adelante con el segundo piso que Sheinbaum construye a la 4T.
La Iglesia, por su parte, lanzó su propio grito.
En su semanario Desde la Fe, la congregación católica selló:
“La unidad para combatir los males que aquejan a nuestro país exige también honestidad para llamar al mal por su nombre; coraje para no normalizar la extorsión ni conformarnos con el “así es aquí”; y, claro, templanza frente a la polarización que todo lo reduce a bandos”.
Resultó de un corte necesario e importantes ese grito, un día antes del Grito tradicional, por el alto contenido de su petición “a los mexicanos (de) no conformarse con la situación de inseguridad y violencia que se vive en el país y llamó a no normalizar la extorsión ni la corrupción”.
En su editorial en Desde la Fe, hizo un énfasis en la necesidad de unidad para combatir los “males” que afectan a la sociedad.
“Esta unidad a la que invitamos desde la iglesia no anula la crítica, la orienta. Nos pide bajar el volumen al grito y subir la frecuencia del encuentro».
La Arquidiócesis de México recordó que, a lo largo de la historia, México demostró su capacidad de levantarse cuando se decide trabajar de forma unida, con “unidad plural”, manteniendo las diferencias, pero sin destruirse.
Iglesia pide coraje para no normalizar extorsión ni conformarse con el “así es aquí”
La semana ha sido terrible. Brota la corrupción por todos los poros del régimen morenista. El huachicol a secas y el huachicol fiscal han creado un agujero en las finanzas públicas imposible de ocultar. Obviamente es un negocio que solapa a cientos o miles de personas, tanto funcionarios públicos (de las oficinas de la Presidencia de la República hasta el último policía de algún municipio) así como empresarios.
Sería imposible esconder un negocio de esa dimensión, magnitud y regularidad sin el conocimiento de una pléyade de actores, públicos y privados.
Pero también está la trágica explosión de una pipa de gas licuado que tuvo un percance y se volcó, derramando su peligrosa carga y provocando muertes, heridos y pánico en la ciudadanía.
Reflota la imagen de la explosión de San Juanico, allá en 1984. Se habla de un bache que provocó la volcadura del camión y su carga. El gobierno rápidamente aclaró que no era un bache y que el vehículo avanzaba a toda velocidad. Cierta o no cualesquiera de las versiones, el incidente también habla mal sobre un gobierno que, al parecer, no tiene la autoridad necesaria para obligar a la correcta conducción de negocios que manejan productos peligrosos o altamente inflamables.
La prensa captó el momento en que, en una carrera de discapacitados, un contendiente extranjero cayó en un bache, se precipitó al piso y fue descalificado. El gobierno rápidamente aclaró que no era un bache, sino una tapa mal colocada sobre un drenaje. ¿Realmente importa, finalmente, si fue un bache o una tapa mal colocada?
El hecho es que un contendiente de una carrera en silla de ruedas fue descalificado por ese defecto en la vía pública.
La tragedia en la Ciudad de México es la misma que azota al sistema de salud o de educación en México. La corrupción está carcomiendo los cimientos de las instituciones del Estado mexicano.
No hay dinero que alcance para tapar baches, ni atender a los enfermos ni educar adecuadamente a los estudiantes de la República.
Ante la andanada de malas noticias para el gobierno, involucrando a miembros centrales del régimen en actos arteros de corrupción, y señalando al anterior gobierno como cómplice de esos muchos hechos, negocios y diseños institucionales de desvío de recursos, el actual gobierno ha buscado desviar la atención hacia otros fenómenos.
Con tantas malas noticias sobre la corrupción, iniciada en el sexenio de AMLO, la presidenta intentó, infructuosamente, culpar a Calderón y Peña Nieto.
Ante la desastrosa administración del sexenio pasado en el sector energético, especialmente en PEMEX y la construcción de la refinería de Dos Bocas, dijo que era culpa de la “maldita deuda corrupta” de esos dos sexenios.
También, como robot, Luisa Alcalde, presidente de Morena, repitió la misma frase sobre la “deuda corrupta maldita” de PEMEX.
Ninguna de ellas se atrevió a dar las cifras exactas sobre el origen de la pesada deuda de la empresa petrolera más endeudada del mundo.
Lo cierto es que entre AMLO y Sheinbaum incrementaron el endeudamiento de la empresa en 2 billones de pesos más que Peña Nieto y en 2,7 billones más que Calderón. Y sin resolver la desastrosa situación financiera de la empresa.
La frase “la maldita deuda corrupta” es simplemente una cortina de humo para encubrir su propio fracaso en la administración económica de PEMEX y CFE.
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