
Si entre las muchas verdades eliges una sola
y la persigues ciegamente, ella se convertirá
en falsedad, y tú en un fanático
Ryszard Kapuscinski
ARTURO SUÁREZ RAMÍREZ/ @arturosuarez
En los regímenes democráticos son de vital importancia los medios de comunicación libres, que hagan periodismo, que sean vigilantes, pregunten e incomoden al poder. Eso es esencial. Claro que a los corruptos y sin ninguna calidad moral no les gusta, y optan por la descalificación, la violencia y la censura, porque el periodismo los muestra como son.
México es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo; solo los países en conflicto armado nos superan en la lista de la ignominia, pero en Latinoamérica ocupamos el primer lugar. Claro que esa violencia no se construyó en un sexenio, se trata de una historia larga en la que los poderosos han querido controlar a los medios. Ahí están los tiempos cuando el gobierno tenía el monopolio del papel y, si alguna publicación incomodaba, simplemente no se vendía la materia prima para hacer un periódico.
Qué tal el golpe a Excélsior y la salida de Julio Scherer para formar la revista Proceso, que luego dio pie a otros medios, los episodios de alineación, como aquel magnate de los medios que se declaró “soldado del presidente”. O el otro que compró, a precio de remate, la televisora del Estado y después se apropió del Canal 40 con la mirada complaciente del gobierno en turno, que solo observó desde lejos.
No se puede ignorar la censura que sufrió José Gutiérrez Vivó y su Monitor. Luego, él mismo quedó muy mal con sus trabajadores y se exilió en Estados Unidos, sin pasar por alto el papel que jugaron Vicente Fox, Martha Sahagún y más tarde Felipe Calderón. Algo parecido sucedió cuando, en el sexenio de Enrique Peña Nieto, sacaron del aire a Carmen Aristegui usando el teléfono rojo para pedir favores.
Gracias al trabajo periodístico se aportaron líneas de investigación a casos emblemáticos como la matanza de 1968 y el “Halconazo” de 1971. Se narraron las tragedias de las explosiones de San Juanico en el Estado de México en 1984, los terremotos de 1985 y 2017, la guardería ABC y la caída del Metro en la Línea 12. Supimos de las redes de pederastas en las que estaban inmiscuidos personajes como “El Gober Precioso” y empresarios, así como del padre Maciel y sus atrocidades de abuso en los Legionarios de Cristo.
Qué tal las opiniones mordaces en columnas históricas como las de Manuel Buendía, quien terminó asesinado en la avenida Insurgentes; Miguel Ángel Granados Chapa o Jesús Blancornelas, que vivieron bajo amenazas Obviamente faltan muchos por mencionar y el espacio simplemente no alcanza, pero lo importante es que se hicieron y se siguen haciendo.
Los últimos años no han sido fáciles para el periodismo, pero han sido una gran veta para el oficio. La construcción de la libertad de expresión costó años, sangre y vidas. Es efímera y endeble quizá, pero nadie la regaló; incluso varios de los que hoy son gobierno participaron en esa lucha y ahora miran hacia otro lado.
Desde la llegada de la 4T se prometió que las libertades serían plenas, pero eso quedó solo en el discurso. Con López Obrador y ahora con Claudia Sheinbaum se vive un asedio sin precedentes, abierto, y se va a poner peor. Ahí están los casos de Campeche, Puebla, Tamaulipas, la Ciudad de México y otros estados donde se usan instituciones y tribunales para censurar a comunicadores y hasta a ciudadanos que han cometido el pecado de opinar.
La democracia no se agota en las urnas, se fortalece con la pluralidad, con la incomodidad de las preguntas, con el derecho a decir lo que se piensa, incluso si molesta al poderoso de turno. México ya sabe lo que significa vivir con miedo a hablar, ya lo vivió en décadas de autoritarismo.
Sería un retroceso imperdonable volver a esas prácticas de gobiernos de baja calaña. El Impar cumple 500 ediciones y vamos por más, porque la libertad de expresión y el periodismo no se negocian.
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Hasta la próxima.
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