
SOFÍA GONZÁLEZ TORRES*
En México, la conectividad dejó de ser un privilegio: hoy es tan esencial como la luz o el agua. La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2024 confirma esta transformación. Las familias mexicanas destinan una parte creciente de su presupuesto a Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), aun cuando para los hogares de menores ingresos esto representa un esfuerzo financiero desproporcionado.
Aquí surge una paradoja reveladora: quienes menos tienen son quienes más porcentaje de sus ingresos destinan a estar conectados. De acuerdo con fuentes complementarias, los hogares en situación de vulnerabilidad gastan hasta 5.6% de su salario exclusivamente en TIC, mientras que servicios de entretenimiento digital concentran otro 8.3%. En otras palabras, las familias más pobres ajustan su economía para priorizar Internet porque reconocen que no es un lujo, sino la puerta de entrada a la educación, la salud, la información y el empleo.
Los datos son claros: la desigualdad económica y la brecha digital no son fenómenos aislados, sino que se retroalimentan mutuamente. Los hogares encabezados por mujeres, los que tienen menor escolaridad o pertenecen a comunidades indígenas —cuyos ingresos son en promedio 26% menores al resto del país— enfrentan mayores barreras para acceder a tecnologías que podrían, justamente, ser la llave para mejorar sus condiciones de vida.
El contraste regional refuerza esta realidad. Mientras que entidades como Ciudad de México y Baja California reportan niveles de conectividad de 89.5% y 86.4% respectivamente, en estados como Chiapas apenas 44.3% de los hogares cuentan con acceso a Internet. Esta diferencia geográfica refleja un fenómeno global: las brechas más profundas no están entre países ricos y pobres, sino entre las zonas urbanas y rurales dentro de cada nación.
Con una penetración de Internet en los hogares del 71.7%, México se ubica a la par de países como Colombia, aunque todavía por debajo de Chile, que alcanza el 94.3%. En el comparativo internacional, los precios de la banda ancha han mejorado respecto a años anteriores y son competitivos en algunos servicios, pero el gran desafío sigue siendo la asequibilidad real para las familias vulnerables.
La experiencia global muestra que la infraestructura, aunque necesaria, no basta. La alfabetización digital y el desarrollo de habilidades son el verdadero motor de transformación social. Así lo confirman casos emblemáticos como M-Pesa en Kenia, donde la telefonía móvil y el dinero electrónico ayudaron a sacar de la pobreza a miles de hogares, o como los programas de banca electrónica en Colombia, que han impulsado la productividad de los micronegocios.
El caso mexicano abre la puerta a una reflexión: ¿cómo garantizar que el acceso a Internet se traduzca en oportunidades reales para todos? La respuesta puede estar en dos ejes:
Políticas focalizadas: diseñar estrategias diferenciadas que atiendan las necesidades de regiones rurales e indígenas, donde la conectividad es más baja y el gasto relativo en TIC es más alto.
Formación de habilidades digitales: ir más allá de la conexión y apostar por la capacitación en línea, alfabetización digital y herramientas que fortalezcan el empleo y el emprendimiento.
En un país donde las familias más pobres ya han demostrado estar dispuestas a sacrificar parte de su ingreso para conectarse, la política pública tiene la oportunidad de convertir esa inversión en un motor de movilidad social. El acceso a Internet, acompañado de habilidades y oportunidades, puede convertirse en un punto de inflexión: no solo cerrar la brecha digital, sino abrir la puerta a una nueva etapa de desarrollo económico y social en México.
*Ex diputada federal por el Partido Verde Ecologista de México
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