
La escritura es el medio a través del cual
podemos comunicarnos con aquellos
que vivieron antes que nosotros y aquellos
que vendrán después de nosotros
Thomas De Quincey
ARTURO SUÁREZ RAMÍREZ/ @arturosuarez
Los acontecimientos de la semana pasada en el Senado de la República, en los que “Alito” Moreno y Gerardo Fernández Noroña se dieron empujones, gritos y hasta un zape, son hechos desafortunados y condenables. Pero seamos claros: se necesita mucho más que una trifulca para devolverle la competitividad al Partido Revolucionario Institucional.
Las redes sociales comenzaron a arder. Por un lado, los que apoyan a Noroña y odian al PRI se volcaron en su defensa. Por el otro, quienes vieron la oportunidad de pronunciarse contra el antipático y prepotente senador celebraron el episodio. De nuevo: eso no significa que Moreno Cárdenas sea un héroe, ni mucho menos un libertador. El episodio de violencia no borra la historia de cómo se adueñaron de ese partido, mucho menos los pecados y excesos de “Alito” ni las derrotas de los últimos años.
Ahí están los 37 diputados, 13 senadores y 2 gobernadores con los que cuenta actualmente el PRI: una sombra de lo que fue y que no volverá a ser. Hablan del renacimiento del partido, pero ya no tienen el arrastre de los años 80 o 90 del siglo pasado. Les pesa la marca, sinónimo de corrupción. Ahí están las imágenes de la marcha que hicieron por Paseo de la Reforma para apoyar a su líder: muy lejos de representar una amenaza política. Van a tener que trabajar mucho más que dar simples empujones.
Es verdad que los priistas construyeron la mayoría de las instituciones del país, pero también fueron quienes se llenaron de excesos y corrupción durante más de 71 años, y luego seis más con Enrique Peña Nieto. El “nuevo PRI” resultó perfeccionista en mañas y voraz en corrupción. Los escándalos y el caso de los 43 normalistas los terminaron hundiendo, tanto que hoy siguen reducidos a su mínima expresión.
En la elección presidencial del año pasado ni siquiera fueron capaces de postular un candidato. Tuvo que ser Xóchitl Gálvez, de origen panista, su abanderada, y luego renegó de ellos. Fue una derrota anticipada para un partido con la historia del PRI. Si revisamos lo sucedido en las cámaras, en muchas ocasiones ni las manos han metido; en otras no les ha quedado de otra más que acompañar a los morenistas. Eso sí: quienes saltaron a tiempo del barco y entregaron sus estados, arrepentidos y humillados, pidieron perdón a López Obrador y fueron premiados con embajadas o consulados. La desbandada fue enorme: fieles a sus intereses, saben que el PRI ahora es guinda.
Pero el tricolor cumple una función importante en el proyecto de Morena: son el contraste de la corrupción de antes contra la de ahora. Representan una historia que en muchos casos lastimó a los ciudadanos y, en la propaganda morenista, eso es crucial. No los van a dejar morir. Mientras tanto, los tricolores —lo que queda de ellos— lo ven de forma pragmática: conservan algo de poder y fuero, son una élite y tienen recursos del presupuesto.
Los priistas están muy lejos de regresar a los primeros planos, de disputar gubernaturas, escaños o curules. Con esas historias, ¿cómo creerles? ¿De verdad van a salvar a México en un tercer intento?
Los empujones en el Senado de la República no son ningún impulso. Fue solo el hartazgo y la impotencia a la que los llevó Noroña. No perdamos la dimensión… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.
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