JUAN CHÁVEZ
Que México esté gobernado por los cárteles, es una declaratoria arbitraria del hombre que el 20 de enero se convertirá en el más poderoso del planeta.
No debe dejar de preocuparle a la presidenta Sheinbaum, las estrepitosas palabras de Donald Trump, aunque ciertamente más del 30 por cientos del territorio nacional está dominado por las bandas que integran el llamado crimen organizado.
Acudir al pasado, como solía hacerlo su antecesor, no calma los ímpetus del millonario neoyorquino, porque ciertamente los hechos, la realidad, le dan pauta para esas temerarias declaraciones.
Ahora se puede comentar que montado de vuelta en la Casa Blanca, Trump podrá abrir una causa contra AMLO, por su cercanía con los hijos de El Chapo Guzmán y sus seis visitas a Badiguarato, en una de las cuales se entrevistó con la madre de Joaquín Guzmán que purga condena perpetua en una prisión gringa.
La extendida presencia del narcotráfico y el desdoblamiento hacia otras actividades criminales, marcaron al sexenio de López Obrador.
Así respondió la presidenta Sheinbaum —“con todo respeto”— a la disparatada declaración de Donald Trump en el sentido de que México estaba gobernado por los cárteles del narcotráfico.
La presidenta dijo: “ya no gobiernan Felipe Calderón y García Luna; en México gobierna el pueblo”.
La alusión al gobierno de Calderón y la inculpadora sentencia en contra de García Luna en Estados Unidos son un recurso sobre utilizado por el morenismo para señalar a la peor etapa —a su juicio— en relación con y contra el narco.
Lo cierto es que, a diferencia del gobierno de López Obrador, Calderón combatió a los narcos, encarceló y extraditó a una serie de criminales y, a un alto costo de sangre por el combate a los grupos criminales, lanzó una ofensiva para luchar contra ese cáncer social.
AMLO puso en práctica su estrategia de “abrazos, no balazos” que, en los hechos, retiró por completo el combate, replegó a las fuerzas de seguridad del Estado y abrió enormes espacios para la extensión y multiplicación del crimen.
Tal vez quien fue “mal informada” —a menos que sí tenga información y haya complicidad— fue la propia presidenta, porque toda la evidencia del sexenio anterior señala una permisividad sospechosa hacia los cárteles y grupos criminales.
No hubo arrestos ni detenciones trascendentes. Por el contrario, nadie olvida el célebre ‘culiacanazo’ a principios del sexenio, cuando López Obrador ordenó la liberación del chapito menor, Ovidio Guzmán, ya detenido y en manos de fuerzas federales y militares.
La sospecha de complicidad, alianza, colaboración electoral —ahí están las victorias morenistas de medio término en todos los estados controlados o bajo influencia del Cártel de Sinaloa— y hasta saludos respetuosos del presidente de la República se ciernen sobre el periodo de López Obrador.
Esos son los hechos y esas son las evidencias.
Mucho se dijo de un pacto o de un entendimiento entre Morena, López Obrador y el narcotráfico. Tal vez eso justifica la furibunda reacción a la detención del Mayo Zambada, quien pudiera convertirse en testigo protegido del Departamento de Justicia, al revelar “una relación especial” entre el cártel y AMLO.
Pero los números son irrefutables: el sexenio más sangriento en la historia del país es el de López Obrador, con más de 200 mil muertes violentas. La administración en que los delitos se multiplicaron, diversificaron y extendieron por territorios y estados, que registraban poca actividad criminal: Chiapas, por ejemplo, hoy infestada de grupos de narcos y bañada en sangre con ajustes de cuentas y asesinatos múltiples.
La presidenta no puede culpar de eso al pasado, ni a Calderón ni a García Luna.