ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
SemMéxic, Pachuca, Hidalgo. Hace unos días editorial Elementum y la solidaria Mayte Romo sacaron a la luz mi libro titulada La llanera Loquitaria. Memorias instantáneas de mi niñez. Se trata de una evocación salida del alma en torno a los recuerdos que tengo de la niña Elvira que fui, que soy y seré. Son 35 relatos que hacen referencia a la vida familiar, a las tías y los tíos memorables, mis primas y primas bien guardados en mis recuerdos, la vida escolar, las amigas y el primer amor. En las primeras páginas justifico como investigadora y comparto como mujer las razones que inspiraron este libro, el cual deseo de todo corazón que quieran leerlo.
Hacer memoria
Debido a la pandemia de la covid, el mundo entero se quedó cautivo en su casa y yo encontré en la escritura la manera de apapacharme. Fue así como aproveché diversas clases virtuales con especialistas que fortalecieron mi certeza de que escribir no era para mí una obligación sino la manera natural de expresarme. Me acostumbré a vernos convertidos en cuadritos atrapados en la pantalla de mi computadora. Fascinada, escuchaba esas voces que me orientaban e inspiraban.
Entre esos cursos, llegó a mi vida el que impartía Beatriz Escalante. Conducida por su generosa sabiduría, empecé a compartir mis relatos cada lunes en el taller de Autobiografía. Yo tenía algunos textos donde evocaba anécdotas de mi niñez y ella me motivó a seguirlos trabajando. Fue así como reuní en estos escritos, sencillos e ingenuos, memorias de la infancia.
Decidí presentarlos en el desorden que llegaban a mi mente y en el orden que encontré al observar coincidencias en parentescos, personajes, lugares e instantes. Sí, solamente son chispazos de buenos recuerdos muy personales, evocaciones que quiero iluminar de alegría desde mi visión adulta, recapitulaciones que invento, anclada en la realidad, realidades que adorno al recapitular lo que creo haber vivido. De esta manera logro persuadirme de que soy afortunada, de que, por eso, aún en este momento que soy señora de seis décadas, puedo navegar en una barquita llamada felicidad.
Agradezco a Beatriz Escalante su manera de motivarme en cada sesión, y a mis compañeras del Taller de Autobiografía que fortalecían mi vocación al felicitarme o al hacer sugerencias precisas.
Siempre he creído que nuestro mejor recurso para referirnos al pasado es la memoria, bien dijo Paul Ricoeur que la memoria es nuestra única forma de “significar” lo sucedido para luego recordarlo. No soy la primera en darme cuenta de ello, lo han hecho ya muchas personas que han escrito autobiografía, memorias, historia de vida, diario, ensayo memorístico, biografía, semblanzas…
Tantos, textos para recuperarnos en el ayer, evocar con nostalgia, viajar al pasado, seleccionar segmentos de antaño o elegir el otrora latente. Decidida, publico estos relatos mientras me aferro a esta explicación de Per Aage Brandt:
La memoria “está allí”, actúa en nuestras percepciones y reflexiones, pero es inaccesible en sí misma, sentimos sus efectos: recordamos, esperamos y así vivimos en el tiempo, en el pasado, en el futuro; pero esos efectos son siempre respuestas al mundo, por lo tanto, parciales, imprecisas y defectuosas (lo visto se transforma en lo “ya visto” o presentido). No tenemos ningún conocimiento de nuestra memoria. En última instancia se puede decir que el concepto de memoria no es más que una hipótesis con la cual explicamos el carácter temporal de lo ya vivido.
Y en este marco La Llanera Loquitaria. Memorias de la infancia se arriesga conmigo
Ser niña
Qué fácil evocar los escenarios urbanos de las colonias del Distrito Federal, ahora Ciudad de México, donde viví mi niñez. Cierro los ojos y lo primero que recuerdo es una calle donde un grupo infantil jugaba futbol y un chamaquillo se preparaba para tirar un penalti. En medio de esas piedras, que representaban la portería, había alguien que no se dejaría vencer. Una personita que echaba saliva a sus manos para garantizar que podía detener la trayectoria del balón. Ella, cabezona y flaca, se lanzó por el aire para desviar a una mano y evitar el gol del empate. Era yo, la niña Elvira.
No dejo de extrañar esos tiempos. Esa infancia en que solamente me preocupaba por sacar diez en las tareas para evitar los regaños de mi mamá. Aquellos días en que esperaba ansiosa los domingos para ver los partidos de futbol. Momentos donde inventaba nuevos juegos que mi hermana Elina y mi primo Quique experimentaban alegremente conmigo. Evoco esos lunes cuando me tocaba ser la niña de la escolta y cargaba con orgullo nuestra bandera. Recuerdo las salidas del colegio: una colorida paleta de hielo sabor uva pintaba coquetamente mi boca como el mejor lápiz labial. Mis ojos volaban en busca del primer amor.
Fui una pequeña privilegiada: viví́ en un hogar donde solamente recibí amor y protección. Mi papá, Alejandro Hernández Toro, nos enseñaba todos los deportes que pasaban en la tele, desde box hasta futbol americano. Pocas veces nos regañaba, jamás nos golpeó para corregirnos, con que hablara seriamente bastaba para que lo obedeciéramos. A quien sí le teníamos miedo era a mi mamá: Artemia Carballido García, un ocho en la boleta provocaba ganarnos una letanía de regaños y conocer la fuerza de su chancla, pero un diez garantizaba saborear nuestra comida favorita; la mía: peneques… mmm.
Mi hermano Ernesto es el mayor de la familia, él reitera con orgullo que nos abrió el camino para ser las personas de bien que somos ahora. Isabel siempre fue el ejemplo de la generosidad. Flor rezaba con fervor frente a las estampitas de sus santos, todavía hoy sigue amenazándome con que el infierno me espera porque soy la oveja negra de la familia. Elina, la más pequeña, fue mi cómplice durante esa bella época infantil.
En aquellas décadas de los sesenta y setenta, la televisión transmitía programas dulces e ingenuos. Yo veía emocionada las aventuras de Cascarrabias y la Señorita Cometa. Lloré desconsolada cuando terminó la serie de Ultraman. Me veo galopando por la casa con mi traje de vaquera y mis tías gritándome: ¡Ahí va La Llanera Loquitaria! Y todo porque yo imitaba al héroe de mi programa favorito, un joven sobreviviente de un grupo de seis rangers que fueron emboscados y él decidió hacer justicia y ayudar a la gente, estilo Robin Hodd, pero usaba un antifaz para que nadie lo reconociera. Se hacía acompañar por su hermoso caballo blanco y su leal amigo Toro. Al iniciar cada emisión el narrador siempre decía: Un caballo con la velocidad de la luz, una nube de polvo y un caluroso: ¡Arre, Plata! ¡Es El Llanero Solitario!
Cantaba fascinada al son de la Sonora Santanera y Pedro Infante, los favoritos de mi papá. Estaba enamorada de Roberto Jordán, ese cantante que se hizo famoso con “Rosa Marchita”. Cada sábado iba a las matinés; mis películas favoritas eran las de Angélica María.
En la escuela fui una estudiante aplicada y solidaria, me dejaba copiar en los exámenes y pasaba las tareas. Niña enamoradiza y soñadora, deseaba ser periodista para escribir lo que veía y sentía. Una niña que todavía vive en mí pese al transcurso del tiempo. Una niña que hoy comparte con ustedes estas memorias de niñez.
Hernández Carballido, Elvira (2024). La llanera loquitaria. Memorias instanráneas de mi miñez. Pueden contactar a Editorial Elementum en su Facebook.