CARLOS RAMOS PADILLA
Es triste, como mexicano, ser testigo de la lucha interna del país por la figura presidencial. Un hombre que llegó al poder para dividir, para seccionar la población y pero aún, confrontarla. La unidad social está herida. Y ahora que termina su gestión la percepción oscila entre el protagonismo y soberbia del tabasqueño y el rechazo de la mayoría de los mexicanos que no votaron por Morena o simplemente no acudieron a la urnas. En suma son más que los 36 millones que nos presumen optaron por Sheinbaum y que pretenden hacer creer que fue un triunfo arrollador. El presidente emplea sus últimos días en Palacio para alimentar halagos y loas a su figura más no a su gestión. Con recursos públicos se exhibe en cuanta plaza pública de la República puede. Quiere trascender a fuerza, aunque esto obligue a cu por cuotas de acarreados como se observó el día del Grito en donde en el zócalo la parte más cercana a Palacio estaba “invadida” por sujetos con brazalete que no se cansaban de gritar “es un honor estar con Obrador”. El Presidente sabe que no es aceptado, lo vivió y lo reconoció, entre otros eventos, durante la tragedia en Acapulco por el huracán OTIS. No se entrevistó con la población, se escondió, porque para él lo reclamos eran sabotaje. Varias veces ha sido increpado y enojado califica de “provocadores” a sus interlocutores. Ahora se atrevió a ir a Veracruz. Separado por vallas del pueblo recibió lo que sembró en su gobierno: odio a su persona. Incluso le arrojaron una botella. Nervioso levantaba el brazo intentando saludar a la gente que le gritaba “dictador”. Su rostro cambió e intentó una sonrisa falsa. Fue a meterse a la tierra de los traidores Yunes, donde sorpresivamente ganó las elecciones Rocio. Nahle una mujer expuesta ante la opinión pública por una grave serie de irregularidades. Para la soberbia y personalidad del presidente no es agradable recibir abucheos y reprobación, conocer la emoción de miles de personas no pagadas ni acarreadas que se sienten vulneradas en sus derechos y que la respuesta oficial es que la gente “está feliz, feliz”. amlo se va agachado aunque lo disimule. Sabe que deja un país fracturado, con inflación, ensangrentado, militarizado, con importante dominio del crimen organizado, endeuda, con pobreza y con retrocesos. Eso no se oculta. Los movimientos políticos que propone solamente lo benefician a él, no a las multitudes. Tuvo la oportunidad de enmendar los errores de administraciones pasadas pero por el contrario los incrementó. Se dice pacifista y promovió la ruptura. México pudo cambiar su ruta, ser más próspero y nos hereda un galeron que nos vende como el mejor aeropuerto del mundo (que se asome a Estambul). Intentó ser líder latinoamericano y se codeó con tiranos además de romper con Panamá, Perú y Ecuador. No logró sacar provecho de nuestra sociedad con Estados Unidos y Canadá, creció la relación con la mafia china. El fentalino es tema central, no nuestra economía y competitividad. Los capos más peligrosos del planeta detenidos en otro país son mexicanos. Así se despide amlo, armando sus asambleas disfrazadas de Informes de Gobierno para pedir manos alzadas en un grotesco teatro de vanidades.