FRANCISCO RODRÍGUEZ
Ni las reuniones con familiares y amigos donde hubo pozole, tamales, mariachis y tequila consiguieron sacar de la depresión a millones de mexicanos informados que son también presa del enojo, la frustración, l impotencia y hasta del miedo por las catástrofes que pudieran llegar a suceder tras la tramposa aprobación de la nociva deformación al Poder Judicial de la Federación.
Miedo, también, porque las refriegas entre las facciones del narcotráfico ya no sólo hacen presa de los habitantes de Sinaloa, Nayarit, Durango, Sonora, Chiapas, Tamaulipas, Veracruz, Michoacán, Guerrero, Oaxaca… ya hasta en las zonas restauranteras de CDMX donde apenas cayó asesinado un sobrino de Rafael Caro Quintero.
Cuando aún transcurre septiembre, el llamado «Mes de la Patria», todo México comenta que las antiguas celebraciones a la (In)dependencia se han convertido en ruinas cívicas, en farsas monumentales que nos enseñan lo peor de todos, y que mejor deberían ser canceladas, en espera de mejores tiempos. Varias capitales estatales y municipios así lo hicieron por sentirse indefensos ante la violencia criminal.
Los actos, las celebraciones y los ritos, así como todas las liturgias y los oficios de un sistema político son sólo el resultado de las visiones que los improvisados «dirigentes» tienen sobre el mundo, el país y la vida.
No pueden ser otra cosa. Nada es distinto al talante de quien manda. Para no hablar de las «fiestas cívicas » de los nefastos regímenes delamadridistas, salinistas-cordobistas, zedillistas y demás porquerías, centrémonos sólo en los años de la famosa «transición», que no fue más que el cambio de mequetrefes –cada uno más estulto que el otro– en los sillones de mando.
Cuando los panistas tomaron el poder, a través de un Alto Vacío, para más señas gerentillo de la Coca Cola, tiñeron las fiestas patrias de un sabor rancio a conservadurismo, estrechez ideológica y oscurantismo ofensivo. Era resultado de la negociación que el obtuso y mediocre Ernesto Zedillo, de ingrata memoria, había hecho, desde sus épocas de matriculado en Yale, con la familia de los Clinton.
Fox: Fantochadas
Todavía se recuerda que Vicente Fox, antes de tomar posesión ante el pleno del Congreso, prefirió ir a arrodillarse a la Basílica de Guadalupe y, luego pasó a San Lázaro sólo para hacer mofa y escarnio del juarismo y terminó rindiéndole culto a un crucifijo, ante sus favoritos blanquiazules en el Auditorio Nacional.
En menos de un año había tirado el «bono democrático» a la basura, que le habían extendido ciertos mercachifles de los medios impresos y radioeléctricos. Se entregó en brazos de una mujer voraz depredadora y violaron todas las leyes del cielo y de la tierra.
El efecto Fox, se convirtió en un santiamén en el defecto Fox. En sus viajes ininterrumpidos a las sedes de poder del extranjero los panistas nos dejaron en estado de indefensión diplomática absoluta y llenaron de vergüenza muchas de las mejores tradiciones del pueblo.
Ahora anda metiéndose por todos los intersticios posibles, para poder mercar marihuana o hacerse de concesiones- adjudicaciones petroleras. Cuando se atreve a abrir la boca–casi siempre saliendo de la misa dominical en el rancho que fue de su mamá– balbucea una cantidad de sandeces que abochornan
Calderón: Terrorismo
Felipe Calderón, su sucesor, entró con calzador, después de una «victoria» seriamente cuestionada, absolutamente desaseada e ilegítima, pero apoyada por sus padrinos estadounidenses, a quienes prometió sangre, petróleo y energía. Acabó regando todo el tepache.
De nada valieron los intentos por desahuciarlo. Una mezcla extraña de pripanistas- perredistas- verdes-convergentes negoció dejarlo entrar a San Lázaro, para tomar posesión, pero por las cañerías, burlando la vigilancia de la entrada posterior del salón «Tras banderas». Y así nos fue.
Dejó el territorio nacional sembrado de cien mil cadáveres, de decenas de miles secuestrados, descabezados y torturados. El Ejército y el resto de las Fuerzas Armadas y de «reacción inmediata», infiltrados por el Comando Norte del ASPAN, debidamente autorizados por el borrachín.
Millones de mexicanos, que anteriormente sólo eran «burros» y «madrinas» de los trasegadores del narco, fueron convertidos, de la noche a la mañana, en un mercado de consumidores cautivos. Las rutas trazadas por William Clinton, para el tráfico, se convirtieron en «líneas » de inhalación.
Al mismo tiempo, dejando que el más íntimo de sus favoritos, Genaro García Luna, se convirtiera en el zar del presupuesto para todas las fuerzas de seguridad y en poderoso empresario de la infraestructura regalada –hoy inservible– por el gobierno. Su real conversión fue la de ser uno de los principales socios del Cartel de Sinaloa.
Y así fue como el torvo y felón Calderón, poseído por el alcohol y demás estimulantes que ingería, erigiéndose en portaestandarte de la villanía, en General en Jefe de un ejército desmantelado por el Cartel de los Zetas, a su arbitrio y aprobación, exponiendo a los «juanes» a la derrota y al ridículo.
Su pareja, Margarita Zavala, la hija del «Licenciado Traguitos», mordiendo su inseparable rebozo, fingiendo no darse cuenta de nada –cuando todos en Los Pinos atestiguaban que era la que mandaba– y despachándose atrabiliariamente con la cuchara grande los puestos de mando del dinero burocrático. No hubo un Oficial Mayor de relevancia o Jefe de Compras de la estructura dorada, que no hubiera pasado previamente por el «palomazo» a su designación presidencial. Arrasó con lo que pudo, y también con lo que no pudo.
Y fue entonces cuando el 15 de septiembre se vivió un acto de terrorismo en Morelia.
EPN: Banalidades
Pero en el otro lado, tampoco cantaron mal las rancheras. Después de una campaña de botarate desquiciado, Peña Nieto fue electo por el 29% de los electores empadronados que querían que acabara el desorden y llegaran «los que si sabían cómo hacerlo».
Pero ¡oh, sorpresa!, cuando los toluquitas se adueñaron del poder, empezaron a acarrear a los puestos de mando a una pandilla de execrables e ignorantes, que no tardaron en «dar la nota» con decisiones propias de esquizoides.
Al día siguiente de haber llegado, firmaron uno de los Pactos más entreguistas de la historia de México. Para vergüenza, con la firma y aquiescencia de todos los miembros y dirigentes de los partidos y de las fuerzas políticas. Como no traían programa, ni idea, se agarraron de un clavo ardiendo. Lo vendieron como el inicio de la nueva era de progreso, el Mexican Moment, el punto más alto del glamour político que se le podía ocurrir a cualquier mendaz y torticero.
Pasó cómo exhalación en el Constituyente Permanente. Rompió todos los récords anteriores en el breve tiempo en que fue votado favorablemente por los congresos estatales, donde nadie le puso un solo pero, sólo aclamaciones entusiastas para la última estocada, para dar paso a la crisis terminal del sistema.
Porque, aparte de que abrieron de par en par las venas de la Nación para que se les inyectara la colonización total, acabaron con todos los derechos y las conquistas obreras de un plumazo, a través de aprobar constitucionalmente todas las subcontrataciones de los trabajadores mexicanos.
No hubo una sola voz discordante. México se volvió unipolar, monocorde, de pensamiento único, en una unanimidad silenciosa que dio paso a la voracidad desenfrenada de un reformismo reaccionario y ahistórico. Ni en las academias, ni en las universidades, ni en las fastuosas comisiones de derechos humanos, ni en la prensa, ni en los libros, ni en algún medio de opinión política hubo alguien que alzara siquiera una voz preventiva, una señal de alerta, un semáforo amarillo.
Parecía que todos se pu$ieron de acuerdo para aceptar que, con ese Pacto melifluo y pendenciero, se iban a acabar en cien días todos los padecimientos de la población, de los 120 millones presentes y de los 25 millones de desplazados en los Estados Unidos por hambre y desesperación. Después, no contentos con ese gran daño, que gracias a su desmedida codicia no se concretó, siguieron con otras zarandajas de baja estofa: la regresiva reforma fiscal, la resequedad del circulante monetario, el desmantelamiento de Pemex y la CFE –que quisieron disfrazar como reajuste laboral–, el bestial endeudamiento externo en dólares, no en pesos, como decía Luis Videgaray, la destrucción de la planta productiva y de la economía nacional, la ruina de la procuración e impartición de justicia, las ejecuciones de Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingán y Tanhuato.
Los escándalos vergonzosos de las casas de Higa, las adjudicaciones a esta empresa constructora oficial del tren bala a Querétaro, el Mega Acueducto de Monterrey, el hangar provisional de 1 mil 500 millones, el insulto del Mega Aeropuerto; la pavorosa fuga de capitales y la retirada franca de los consorcios salvíficos de las ubres petroleras, el desconcierto de los empresarios nativos, para dar paso a los negociantes «nylon» favorecidos por las subastas en Los Pinos.
La burlesca» fuga» de El Chapo, … el lavado de sus miles de millones de dólares por sus insignes y despiadados socios políticos, la farsa total.
Y por si todo eso fuera poco, todavía nos obsequiaron el día 16 de septiembre con un desfile bufo, repleto de uniformados resentidos y vejados, inermes ante la penetración de Comex en los negocios de pintura de todas las instalaciones del general Salvador Cienfuegos y el pueblo comentaba que hasta en las caras pintadas de los esforzados zapadores, al paso marcial de una rebambaramba de desatinos.
Los ñoños mexiquenses, a la punta del aplauso en Palacio. Sus parejas, aspiracionistas como todas las pretenciosas de sus estirpes, vistiendo carísimos vestidos de diseñadores extranjeros, ¡fabricados para una cena que ya se había cancelado por razones de peligroso Estado!
La «pareja presidencial», exhibiendo arrumacos dignos de mejor causa, y afuera un grupito del populacho acarreado de las periferias proletarias lúgubres, sin la menor idea de qué se trataba la «fiesta nacional».
Ni la «acarreadora» Banda Limón –que abarrota todas las plazas, taconeando y emitiendo canciones que loan al narco– pudo llenar el Zócalo, preparado para contener, no para festejar.
Si aquello no fue la última estocada a nuestro sistema de vida, no sé qué otra cosa se esperaba.
AMLO: Tragedia
Y no lo fue, porque Andrés Manuel López Obrador, ahora sí, ya se encargó de echar las últimas paletadas de tierra sobre el cadáver del país.
Sus ocurrencias traducidas en costosísimas obras inservibles sólo para satisfacer su ego, la absurda y peligrosa militarización del país, el doble de asesinatos de los alcanzados en el sexenio de su némesis Calderón, el endeudamiento mayúsculo que deja a esta y a futuras generaciones, la quiebra de los sistemas de salud y educativo, las muchísimas mentiras, las dolorosas burlas y ataques a quienes no piensan como él dicen que lo hace, su empecinamiento en dejar para siempre una Cuarta Transformación –narcosocialismo, en realidad–, a través de una sumisa Claudia Sheinbaum acotada por arriba, por abajo, por todos lados.
El mayúsculo fraude electoral vía su intervención en el proceso, la compra de votos y de voluntades de opositores, la captura del INE y del TEPJF para obtener una sobrerrepresentación que a todas luces no merecían con los niveles de votación que alcanzaron y, para acabarla de chingar, la desaparición de uno de los tres Poderes de la Unión y el riesgo latente de que, por ello, huyan las inversiones, no lleguen otras, se incrementen desempleo y pobreza, haya más manifestaciones en las calles previo al 2 de octubre, y se dé la represión tan repudiada.
¿Felices Fiestas Patrias?
No. Por eso están aquí, presentes, la depresión y el temor de los mexicanos informados, no manipulados que, paradójicamente, son más que los seguidores de López Obrador, pero que carecen de canales de expresión –partidos opositores–, pues estos también se los echó al plato el caudillo.
Indicios
Ahora sí, ya sólo faltan 14 días para que se vaya a “La Chingada” * * * Por hoy es todo. Mi reconocimiento a usted que leyó hasta estas líneas del Índice Político y, como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!