CARLOS RAMOS PADILLA
En cada evento deportivo de alta competencia vuelve la esperanza, pero también más frustración. Hay quienes llaman “campeones” a los atletas olímpicos o a los futbolistas mundialistas solo porque alcanzaron la calificación, pero hasta ahí nos quedamos. Aplaudimos las medallas que se logran y siempre aspiramos a que los futbolistas pasen a la fase semifinalista. Y pregunto, qué nos falta para llegar a la excelencia, tenemos un país bondadoso en recursos, instalaciones óptimas, magníficos estadios, generosa alimentación, apoyo incondicional siempre. Hay nutriólogos, psicólogos, medicina del deporte, entrenadores, estrategas, directivos. ¿Qué pasa entonces? Tenemos hoy por hoy la peor selección nacional de fútbol, vamos ni jugando de locales su dinámica se parece en lo más mínimo a la calidad de una Eurocopa. Pero es que no pasa nada, regresan presumiendo su ropa de marca desde los tenis hasta la gorra, tienen sus lugares asegurados en las alineaciones, cobran y hasta ganan por publicidad y los condecoran como “cronistas” deportivos. No representan el pundonor de personajes como Hugo Sánchez que en las mismas instalaciones se forjó como un triunfador en cualquier país del lindo. Personajes que entrenan antes de entrenar, que su disposición es vencer con excelencia, ganar siempre, superarse como mística. Entramos con un socorrido “si se puede, si se puede” porque siempre estamos en la rayita, viviendo del milagro no de las capacidades. Repito, qué falta para llegar al medallero. Las canchas de rebuscar de voleibol, de fútbol, las albercas todas son iguales en el mundo, ¿entonces? Destacamos por instalaciones olímpicas, mundialistas, por organizar eventos memorables, pero hasta ahí nos quedamos, incluso con burócratas o preparados y corruptos que administran al deporte nacional.
No somos capaces siquiera de defender y presumir nuestros colores nacionales. La selección nacional está más preocupada por comerciar con camisetas que por honrar lo nuestro, Brasil, Francia, Inglaterra, Dinamarca, Japón…todos salen con distintivos que les dan orgullo e identidad. Nosotros de negro o un insultante color morado. La famosa camiseta verde ya no existe cada quien porta lo que se gana le da incluso al cantar el himno que no sabemos si ponernos de pie, mantenernos en posición de firmes o saludar con la diestra al pecho. Algo nos falta y es sabernos con valor, con categoría. Sentirnos mexicanos no representantes de gobiernos corruptos e imagen de delincuentes y narcotraficantes. En verdad el mundo nos respeta, pero entre nosotros no.