FERNANDO IRALA
Con la llegada tardía de la temporada de huracanes, terminó la sequía que se prolongó por varios años en el territorio nacional.
No se trata sólo de la caída de las primeras, copiosas lluvias, sino de un ciclo observado por los expertos, que hará que este año sea muy llovedor.
“La niña”, le llaman al fenómeno cíclico que cada cierto tiempo trae una época de gran agitación marina y precipitaciones inusitadas, generalmente temidas por su potencial destructivo, pero que esta vez se aguardan con esperanza, habida cuenta del bajísimo nivel de las presas y el agotamiento progresivo de los mantos freáticos.
En la ciudad de México, nada menos, la amenaza de agotamiento de los caudales del sistema Cutzamala, ha obligado desde el principio del año a la sucesiva reducción de los flujos que se suministran a la megalópolis.
El último apretón ocurrió hace unos días, pese a que el fin de semana se produjeron los primeros aguaceros estacionales, y es de esperar que la captación de los embalses, hoy disminuidos, crezca con cierta rapidez.
En la vertiente del Golfo de México, como antecedente inmediato, las presas de la región se llenaron e incluso algunas tuvieron que desfogar, apenas pocas horas después del paso de la tormenta tropical Alberto, que ni siquiera llegó a huracán, pero que produjo diluvios inusitados sobre la zona.
Por lo pronto, en los próximos meses y años tal vez podamos respirar tranquilos, toda vez que el peligro de una sequía extrema se ha alejado, y en lo inmediato no faltará agua en la mayor parte del territorio nacional.
Pero el alivio transitorio no debería apagar las luces de alarma que se fueron encendiendo desde hace tiempo. El cambio climático es una realidad imposible de negar ante las evidencias acumuladas. Para no ir muy lejos, el pasado mes de mayo se observaron en nuestro país las más altas temperaturas promedio desde que se tiene registro. Y a nivel mundial la sucesión de desórdenes ambientales tampoco tiene precedente.
Las causas todos las conocemos: la quema indiscriminada de combustibles, la deforestación, el derroche del agua no sólo en el consumo doméstico, que sería el menor, sino en usos industriales y agropecuarios insostenibles, son algunas de ellas.
En ese desastre ecológico que ya vivimos, la escasez de agua potable es una de las consecuencias más sensibles, que ya estamos enfrentando y que se volverá mucho más aguda en la siguiente década.
Prever su agotamiento requiere que los gobiernos de todos los niveles tomen el tema con la prioridad y la urgencia que merece, y que en la población se desarrolle una mentalidad de cuidado y ahorro del líquido.
Después, podría ser demasiado tarde.