HISTORIAS EN EL METRO/ Piden pan y no les dan

Ricardo Burgos Orozco

Ciudad de México, 26 de mayo (entresemana.mx). Hace unos días iba en la Línea 3 de Zapata a Vicente Guerrero, era en la tarde, el vagón estaba saturado y apenas nos podíamos mover en ese amontonamiento que muchos de ustedes conocen. Observé que un hombre alto, vestido muy humilde, con el cabello ensortijado, pero muy descuidado se subió en Etiopía. El hombre se paró en la puerta estorbando a los que entraban y salían. Con voz fuerte pedía que lo ayudáramos con unas monedas y si podíamos, con un pan, agua o lo que tuviéramos porque llevaba dos días son comer.

Intenté acercarme para darle unas monedas, pero no podía hacerlo. Vamos, ni siquiera las personas que estaban cerca podían ayudarlo porque estaba impedidos hasta para mover una mano y sacar dinero de sus bolsas o sus carteras.

Lo peor es que el pedigüeño estorbaba la entrada y salida y más que apoyarlo, la gente le recriminaba y le pedía que se hiciera a un lado. No sé si él lo hacía adrede, pero ni siquiera se movía de la puerta y la gente ya estaba desesperada, aunque el hombre, en lugar de bajarse del vagón siguió cuatro o cinco estaciones más hasta que tal vez se cansó de pregonar sin respuesta y se bajó en Balderas.

Da pena la gente que se sube al Metro, que burla la vigilancia policiaca y logra colarse a los vagones para pedir unas monedas a los pasajeros, sobre todo a la hora en que los trenes van saturados y un solo espacio para moverse. Recuerdo que alguna vez, hace dos o tres años, me encontré a un par de jóvenes que pedía la cooperación de la gente, uno de ellos cantaba muy desentonado, pero al final les dieran buen dinero. Bueno, también ese día era de mañana y no había tanta gente en los vagones.

Ustedes recordarán un personaje que se hizo muy famoso en televisión de alguna manera y le decían Changoleón. Supe que ya falleció, pero la semana pasada se subió un hombre a pedir dinero al Metro, en la Línea B, que pensé que era él porque el parecido era sorprendente. El hombre traía un arete en la oreja derecha, vestido de manera muy pobre, y daba la impresión que estaba mal de sus facultades mentales porque afirmaba que era un hombre muy importante, que había hecho dinero, pero se lo malgastó hasta quedarse sin nada; por eso, a su edad, tiene que solicitar la ayuda de las personas, con todo y pena.

Este tipo no se paró en la puerta, pero trataba de caminar entre la gente sin importarle a quien empujaba; cuando lo escuché de lejos me dio la impresión que estaba borracho o drogado, pero cuando pasó junto a mí, el olor era de mugre y desechos orgánicos y no de otra cosa; seguro tenía varias semanas sin bañarse.

El jueves, igual en la Línea B, estaba un hombre discapacitado en el andén – con secuelas de polio en sus piernas –, aunque no estaba mal vestido porque traía una camisa amarilla de cuadros, con un pantalón de mezclilla, de baja estatura. Con todo y que nos apretamos para entrar, el hombre, sin poder moverse mucho, pidió la ayuda de los pasajeros por su impedimento física, pero sucedió lo mismo que en relato inicial, nadie lo pudo ayudar con lo apretado que íbamos.

Es lamentable encontrar tantas personas en el Metro que tienen que pedir apoyo para poder subsistir. Ojalá que hubiera un programa, de gobierno o privado, que les ayudara de alguna manera.

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