SARA LOVERA*
Mayo me duele. No puedo olvidarme de las movilizaciones de las madres con hijas desaparecidas, asesinadas, sin justicia; ni ocultar que están ahí las madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa que no se consuelan; ni desestimar a las que mueren antes, durante o después del parto; ni a las que viven con cáncer, enfermedades raras o lupus. Incluyo a las enfermeras, a las maestras, madres simbólicas, hijas indirectas y también simbólicas.
Sumo a todas las maestras, las mentoras, las sabias y las humanas que abren caminos, enseñan con su experiencia, aconsejan, las que dan o abren una pequeña puerta para que alguien se desarrolle. Este 12 de mayo, también a las enfermeras, que cuidan, procuran, se desvelan.
En la narrativa electoral, todas ellas no están. No existen. No se habla de cómo reivindicarlas, se les confunde con conservadoras, a pesar de ser más de la mitad del electorado, más de la mitad de México. Veo solamente lenguaje de confrontación o de indiferencia. Añoro la campaña que hicieron Patricia Mercado o Josefina Vázquez Mota; añoro las agendas plurales promovidas por las feministas; añoro discursos didácticos y responsables. Hoy sólo veo ingratitud por todos lados.
Las madres y las maestras, individuales, las que queremos o padecemos, reales y simbólicas las miro sin lenguaje esencialista, porque son el ejemplo, el mástil donde apoyarse. Como Rosario Castellanos, que nació hace 99 años un 25 de mayo, dejándonos su Eterno Femenino y su Poesía No Eres Tú; abrazo a nuestras colegas feministas que nos dejaron el 28 de mayo para reflexionar por el día de la salud de las mujeres, para saber que la muerte materna es evitable y la violencia obstétrica es inadmisible.
Olvidadas están. Por ello tengo que pensar en la ingratitud como desagradecimiento, que reconocía Marlene Dietrich: “Más duro que los reveses de la fortuna, es la cruenta ingratitud” y Martín Lutero agregaba: ingratitud, soberbia y envidia, “cuando muerden dejan una herida profunda”.
En Kant, la ingratitud es la esencia de la vileza. En José Ortega y Gasset es el defecto humano más grave, socialmente devastador.
Son millones. Me duele que no exista, como decía Rosario Castellanos, otra forma de ser humanas y libres. También mayo me recuerda a las mujeres de mi vida, las que me dieron fuerza física y moral; confianza en el corazón y en los sentimientos; apoyo porque ya que sin ellas no sería nada.
María-Milagros Rivera Garretas escribió sobre el orden simbólico de la madre. En ese mundo controlado por los hombres y el poder; repudiando ese lenguaje hiriente que se trasmina de las campañas. Mujeres que nos han dejado una genealogía fantástica: que a lo largo de la civilización, luchan, lucharon contra las conductas impuestas, que con vida aparte del orden dado, nos heredaron fuerza y capacidad.
Mayo me recuerda mi infancia y mi disciplina. Mis libros y mis amores. A la vida que me dio a una hija y tres nietas, riqueza infinita, a quienes ni mimo, ni sostengo. Son esa oportunidad de establecer lazos humanos para conducirnos a espacios amorosos, sanos y no ingratos, porque la ingratitud conspira contra la democracia, el bien vivir y el progreso de las mujeres. Así de simple. Veremos.
*Periodista, directora del portal informativo http://www/semmexico.mx