MIGUEL ÁNGEL SÁNCHEZ DE ARMAS
En el desasosiego por un mundo que se ahoga en autoritarismos mezquinos que creen tener vida eterna, la carencia de liderazgos inteligentes, oleadas de personas que huyen del hambre y la violencia para encontrar barreras y agresiones en lugar de ayuda y comprensión, guerras que incendian la mitad del planeta y el inexorable avance de un cambio climático que pone en peligro la existencia de nuestra especie, el mensaje por el Día Mundial del Teatro 2024 lanzado por el dramaturgo noruego Jon Fosse es como una bocanada de oxígeno, un aliento de esperanza.
Aquí la proclama del Premio Nobel de Literatura. Desde luego nuestra menguada y mediocre clase política no le prestará atención, pero creo que es nuestro deber difundirla:
“Cada persona es única y, sin embargo, también es igual a todas las demás. Nuestra apariencia externa es diferente, por supuesto, pero también hay algo dentro de cada persona que le pertenece sólo a ella, que la hace única. Podemos llamarlo alma o espíritu, o bien, podríamos no etiquetarlo con palabras y simplemente dejar que esté ahí.
“Al mismo tiempo que somos diferentes, también somos iguales. Las personas de todo el mundo somos fundamentalmente similares, sin importar qué idioma hablemos, qué color de piel o de cabello tengamos.
“Quizás esto sea una especie de paradoja: que seamos completamente iguales y completamente diferentes al mismo tiempo. Tal vez una persona es paradójica en su conexión entre el cuerpo y el espíritu, entre lo terrenal y tangible y lo que trasciende los límites materiales y terrenales.
“El arte, el buen arte, consigue a su manera y de forma fabulosa reunir lo absolutamente único con lo universal. Nos permite entender lo diferente (lo extraño, se podría decir) como universal. Al hacerlo, el arte trasciende las fronteras entre idiomas, regiones geográficas y países. Reúne no solo las cualidades individuales, sino también las características de un grupo de personas, por ejemplo, las naciones.
“El arte no se expresa provocando que todo sea igual. Por el contrario, nos muestra nuestras diferencias, aquello que es ajeno o extraño. Todo buen arte contiene precisamente eso: algo extraño, algo que no podemos comprender completamente y que, sin embargo, entendemos de cierto modo. Contiene un misterio, por así decirlo, algo que nos fascina y por lo tanto nos lleva más allá de nuestros límites y así crea la trascendencia que todo arte debe contener y a la cual conducirnos.
“No se me ocurre una mejor manera de unir los opuestos. Es exactamente el enfoque opuesto al de los conflictos violentos que vemos a menudo en el mundo, que alimentan la tentación destructiva de aniquilar todo lo extraño, todo lo único y diferente, comúnmente utilizando los inventos más inhumanos que la tecnología ha puesto a nuestra disposición.
“Hay terrorismo en este mundo. Hay guerra, puesto que la gente tiene un lado animal que la lleva a ver lo extraño como una amenaza a su propia existencia, en lugar de ver el fascinante enigma que eso representa.
“Y entonces lo único, lo diferente que es universalmente comprensible, desaparece. Dejando atrás una semejanza colectiva donde todo lo diferente es una amenaza que debe ser erradicada. Lo que vemos desde fuera, se ve como desigualdad. Por ejemplo, las religiones o ideologías políticas se convierten en algo que debe ser derrotado y destruido.
“La guerra es la batalla contra lo que yace en lo más profundo de cada uno de nosotros: lo único. Y es una batalla contra todo arte, contra la esencia más íntima de todo arte.
“He hablado del arte en general, no del arte teatral en particular, esto se debe a que todo buen arte, en el fondo, gira en torno a lo mismo: tomar lo singular y específico para hacerlo universal. Articula en su expresión artística aquello único con lo universal: no eliminando lo singular, sino enfatizándolo; dejando que lo extraño y lo desconocido brille claramente.
“Es tan simple como que la guerra y el arte son opuestos, que la guerra y la paz son opuestos. El arte es paz.”
7 de abril de 2024