DULCE MARÍA SAURI RIANCHO*
SemMéxico, Mérida, Yucatán. En menos de seis meses, el 1o. de octubre, habrá nuevo gobierno. Un nuevo ejecutivo federal, depositado en la presidencia de la república, iniciará un mandato sexenal, que concluirá el 30 de septiembre de 2030.
Algunas voces comienzan a señalar el carácter “inédito” del proceso electoral y de sus resultados. Cuando tengo dudas del significado de las palabras, acudo al diccionario de la Real Academia Española (www.rae.es). Esto me sucedió con los calificativos “nuevo” e “inédito”.
Resulta que, para la RAE, “nuevo” es “reciente, flamante, que se percibe o experimenta por primera vez”. El significado de “inédito” va más allá al definirse como “desconocido”.
Aplicados ambos conceptos a la política, la mayor de nuestras preocupaciones en estos días de campaña resulta que estamos en medio de un nuevo proceso. Es semejante en las formas a los que se han realizado desde 1997, fecha en que comenzó la aplicación de la reforma electoral del año anterior, con la plena ciudadanización del entonces IFE, el establecimiento del financiamiento público y el acceso equitativo de todos los partidos políticos a los medios de comunicación masiva.
Coincidió entonces, por primera vez en el último medio siglo, la nueva integración de la legislatura federal con lo inédito de la aplicación de nuevas reglas electorales que culminaron con la pérdida de la mayoría absoluta del PRI en la Cámara de Diputados.
Tres años después, en el 2000, también podemos hablar de un gobierno inédito, desconocido en sus actitudes y forma de organizarse, al llegar el candidato del PAN a la presidencia de la república.
En las siguientes dos décadas y media del siglo XXI hemos tenido nuevos gobiernos, federal y estatales, pero hasta este año, 2024, no habíamos estado en la condición de volver a señalar como “inédito” a los posibles resultados del proceso electoral y o al funcionamiento del nuevo gobierno que se integrará a partir del mandato de las urnas.
El espejismo de la normalidad democrática. Recién iniciado el gobierno, con su primer decreto, López Obrador fijó sus reglas de exclusión de las organizaciones sociales y ciudadanas para toda asignación de recursos presupuestales para el desarrollo de sus actividades.
La polarización social se instaló en Palacio Nacional. De los infructuosos intentos de popularizar el despectivo mote de “fifí” para descalificar a sus adversarios, pasó de los formales apelativos “conservadores”, “neoliberales”. No era suficiente el encono social. En vísperas de la primera elección intermedia de 2021, comenzaron los ataques al INE, que arreciaron a raíz de la negativa a registrar a los candidatos de Morena a gobernador de Guerrero y Michoacán.
Los retrocesos registrados por el movimiento oficialista en algunos estados de la república, significativamente en Ciudad de México, urgieron al presidente López Obrador a “cobrársela” con la deslegitimación de las instituciones electorales —INE y TRIFE—, el envío de una iniciativa de reforma electoral destinada a desmantelar a las incómodas instituciones autónomas, al mismo tiempo que desarrollaba la estrategia de colonización con “consejero/as” afines a su causa.
No solo fueron las instituciones electorales el blanco preferido de los ataques presidenciales, sino también los órganos constitucionales autónomos y, después de diciembre de 2022, cuando concluyó el mandato del ministro Arturo Zaldívar, el poder Judicial federal y su presidenta, Norma Piña: “salpica, que algo queda”.
Desde el púlpito presidencial de la “mañanera” las instituciones de la democracia han resentido la virulencia de los cuestionamientos sistemáticos a su funcionamiento y a su misma existencia.
Inédito es el escenario de un proceso electoral presidencial con instituciones acosadas por el presidente y, más recientemente, la velada amenaza de su descalificación si osan aplicar sus facultades y castigar la sistemática violación a la ley electoral cometida “cada jueves y domingo” por Morena y sus aliados.
Inédito es que la fuerza política más importante del país, Morena, dependa absolutamente de una persona, el presidente López Obrador. Ahora, es el obradorismo el que gobierna. El obradorismo no es un partido político, es un movimiento.
El último intento de llevarse la fuerza presidencial al retiro del expresidente se frustró cuando Lázaro Cárdenas exilió a Plutarco Elías Calles. Ser general revolucionario le valió a Cárdenas cuando se trató de tomar plenamente el mando y despojarse de la sombra del Maximato.
Esta vez el presidente se lleva su garantía de continuidad. La guadaña de la revocación de mandato en 2028 pende sobre la próxima presidenta, llámese como se llame, y caerá sobre ella si ignora las instrucciones que salgan del rancho más conocido de Tabasco.
Inédito es un proceso electoral que, en las palabras presidenciales, puede ser objeto de un “golpe de estado técnico”. Esta denuncia es un claro intento de deslegitimar o invalidar las facultades de fiscalización de las elecciones y la calificación de sus resultados, que pretende amedrentar a consejero/as y magistrado/as para hacer que, contra viento y marea, triunfen las y los candidatos de Morena.
Inédita es la llegada por primera vez de una mujer a la presidencia de la república. Nosotras contamos más con las instituciones y su fortaleza para realizar el mandato recibido en las urnas. López Obrador le regatea a su candidata la legitimidad indispensable para ejercer la presidencia. La obliga a una lealtad absoluta a su persona.
El debate en la campaña se da entre la lealtad al caudillo, al jefe y líder moral y la rebeldía de quien recibió el apoyo ciudadano para reformar el poder y compartirlo con la sociedad.
“Construir el segundo piso de la transformación” contrasta con “Por un México sin miedo”. Continuidad y cambio: en ambos casos, rodeadas de un ecosistema político dominado por la polarización y la violencia, con extensas zonas del país en poder del crimen organizado.
Ya están plenamente desplegadas las campañas electorales en todo el territorio nacional. Solo restan 59 días para acudir a las urnas. Insurrección ciudadana o apretar el nudo de la sumisión. Inédito proceso, inéditos resultados, inédito gobierno. Ante la certeza del precipicio, apuesto por la incertidumbre del cambio. — Mérida, Yucatán.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán