TERESA GURZA
Montones de niños pasaron estas vacaciones de Semana Santa en casa de sus abuelos, mis vecinos.
Y al verlos jugar con perros o gatos como hizo la linda María de 3 años con Shiva, una consentida gata negra con blanco o tratar de conquistar a la incorruptible Camila, que como vive creyendo que yo soy la mascota y ella la dueña no se deja acariciar por extraños le ofrezcan lo que le ofrezcan, recordé dos artículos que sobre perros y gatos publicó recientemente New York Times.
En la primera de esas notas se afirma que quien haya sentido que un felino lo mira sin mirarlo, entenderá la razón para que a la CIA gringa le pareciera podrían ser buenos espías.
Y tan convencida estaba, que en 1960 gastó millones de dólares para entrenarlos.
Pero como los gatos son sus propios amos, pese a todos los intentos la operación Acoustic Kitty fue desastre.
A los pobres gatos se les implantó un micrófono en la oreja, un transmisor de radio el cráneo y una antena en el pelo.
“Fue una monstruosidad” escribió Victor Marchetti, exempleado de esa agencia en el libro La CIA y el culto a la inteligencia, que no parece ser tanta con las nefastas consecuencias que sus intervenciones han causado en el mundo.
Y en el caso de los gatos espías, el único que pudieron enviar a terreno para capturar una conversación entre dos personas sentadas en la banca de un parque, fue atropellado por un taxi a metros de su encomienda y murió.
Sin nada que ver con la CIA fue en cambio de éxito inmediato y perdurable, el programa de perros que ayudaron a los niños de Covenant School del vecindario Green Hills de Nashville, Tennessee, a recuperarse del impacto por el tiroteo en el que murieron tres de sus compañeros, tres maestros y la exalumna que los balaceó.
El artículo escrito por Emily Cochrane y publicado por NYT este 24 de marzo para recordar ese atentado ocurrido hace un año, informa que los padres de familia de esa pequeña comunidad presbiteriana captaron que sus hijos necesitaban compañía para hacer el duelo, los policías que los auxiliaron aconsejaron recurrir a los perros.
Y con ellos como ayuda, más su fe y tratamientos sicológicos, han podido sobreponerse a la tragedia.
La doctora Nancy Gee supervisora del Centro para la Interacción humano-animal de la Universidad de Virginia, explicó que como los perros “han sido nuestros amigos durante aproximadamente 35 mil años, son extremadamente sensibles a nuestro estado emocional”.
Por lo que jugar con perros y otros animales, aunque sea pocos minutos reduce el cortisol que es la hormona del estrés y se convierten en salvavidas, para quienes luchan para superar traumas.
Y eso es exactamente lo que sucedió en Covenant.
Desde el momento en que algunos de los estudiantes y maestros más afectados fueron llevados en autobús a una estación de bomberos cercana, la oficial Faye Okert, adiestradora de perros de la Policía Metropolitana de Nashville, regaló a los niños tarjetas con datos sobre perros para distraerlos y sentó a los más nerviosos cerca del Sargento Bo, su perro policía.
“Su atención se centró de inmediato en él y empezaron las sonrisas”.
Otro perro, Squid, había sido llevado al hospital infantil del Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt, para ayudar a los estudiantes heridos o angustiados.
Viendo lo bien que ambos animales fueron recibidos, se sugirió a los padres conseguir un perro; aunque fuera prestado.
Y se contactaron Comfort Connections, organización cuya directora Jeanene Hupy, había llevado perros terapistas a otras escuelas que también habían pasado por tiroteos.
Como casualmente Hupy había llegado a residir en Nashville poco antes de balacera y fundó ahí una organización similar con varios golden retrievers, un pitbull y un mastín inglés, pudo empezar a visitar a los niños de inmediato.
Y cuando semanas después debieron regresar a clases, llevo a sus perros a la escuela para que los más nerviosos pidieran salir de los salones al pasillo a jugar con ellos.
Ayudó también a encontrar los cachorros adecuados para cada familia y a colectar donativos para quienes no tuvieran posibilidades de comprarlos.
Y los perros se han incorporado de forma tan satisfactoria a la comunidad, que están presentes en las ceremonias donde se recuerdan los hechos y los niños que cuestiones de espacio en sus casas o cualquier otra razón no pudieron optar por perros, adoptaron tortuguitas o conejos.