SARA LOVERA*
SemMéxico, Ciudad de México. Era septiembre de 1999, Rosario Robles Berlanga, fue designada jefa de gobierno en la Ciudad de México. La Asamblea del entonces Distrito Federal está abarrotada de mujeres. Recuerdo que dijo: “arrinconaremos el patriarcado”, aún percibo mi propio sentimiento, estábamos en presencia de quien gobernaría el centro del país, desde otra mirada. Era posible y hubo adelantos. Sin duda.
Antes, Griselda Álvarez Ponce de León, primera gobernadora en Colima (1979) y en el país, actuó con una perspectiva feminista, entre otros avances, garantizó el acceso de las mujeres a las grandes manifestaciones de la cultura, decretó las guarderías temporales, promovió el trabajo femenino e hizo todo lo posible por cambiar la situación de las mujeres violentadas.
Atestigüé cómo varias mujeres intentaron gobernar de otra manera; Amalia García Medina en Zacatecas, Dulce Ma. Sauri en Yucatán. En Chile, Michelle Bachelet como presidenta en dos periodos. Pero todas enfrentaron el ambiente masculino que limitó sus pretensiones.
En más de 200 años, la lucha feminista por la ciudanía completa, por la igualdad, no ha cesado. Desde que Olimpia de Gouges lanzó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadanía en 1791 en Francia, hasta la Reforma Constitucional de 2019 en México, sobre paridad total, la demanda es única: compartir el poder, desde otro lugar y otra mirada, rechazando el pacto patriarcal.
Hoy es seguro que una mujer llegará a la presidencia de la República, debería sentirme contenta por vivir el logro de una meta. Mujeres al poder real, para poder hacer.
«La demanda es única: compartir el poder, desde otro lugar y otra mirada, rechazando el pacto patriarcal»
Sin embargo, mi sentimiento es agridulce. Me acosa una contradicción profunda. No puedo estar tan contenta como algunas de mis compañeras feministas. Primero porque Claudia Sheinbaum Pardo, la candidata oficialista posible triunfadora está entregada a un proyecto populista, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, líder al que rinde pleitesía una y otra vez, atrapada dentro de un aparato encubridor. De otro modo no se entiende que Félix Salgado Macedonio esté en la fórmula del Senado para Guerrero, un violador. ¿Cuántos más?
La candidata opositora, quien puede ganar con Fuerza y Corazón por México, es Xóchitl Gálvez Ruíz, pero a pesar de ofrecer prioridad a las madres buscadoras y las familias dolidas por el asesinato de sus hijas y las desapariciones de niñas y mujeres, no ha podido comprometerse a gobernar con las mujeres al centro.
La candidata oficialista, no quiere comprometerse con la agenda feminista, está enredada en una parafernalia que le tapa los ojos. No sabe de las especificidades de las que habla como su jefe de pueblo.
La ventaja de la opositora es su disposición al diálogo con las feministas a quienes dijo que gobernará considerando su agenda. Recibió los compromisos de la agenda Todas México, pero no los firmó. Si ella triunfa, hallará obstáculos porque está rodeada por políticos machistas y conservadores, jefes de los partidos que la postularon.
Ello me lleva a la reflexión de la feminista Marta Lamas, quien dice que lo que importa es el proyecto de reivindicaciones, no el cuerpo de quien los encabeza, hombre o mujer. O el de las italianas, que pusieron hace varias décadas el dedo en la llaga: “cuerpo de mujer no garantiza”.
Por ello mi sentimiento es agridulce, aunque ciertamente en estas elecciones de junio próximo habremos dado un paso histórico. En este país machista, donde 20 mujeres son asesinadas al día, tendremos una mujer al frente, la pregunta seguirá en el aire ¿Y las mujeres qué? Veremos.
*Periodista, directora del portal informativo http://www.semmexico.mx