GREGORIO ORTEGA MOLINA
*Los irresponsables seremos los integrantes de la sociedad civil, si toleramos y permitimos que esos hechos se repliquen, una y otra vez, a diferente escala, pero siempre con saldo rojo y con la intención de amedrentarnos. Todo permite suponer que, efectivamente, un florero es el huésped de Palacio Nacional
La lucidez es un bien escaso, se benefician de ella quienes la merecen, de la misma manera quienes reciben la Fe. Sólo disfrutan de ambas los que no conocen el rencor, lo mismo desde posiciones de poder que en las relaciones interpersonales.
Es un don. Lo destaca Marcela Turati cuando recupera para nosotros la despedida telefónica de un marido que, de inmediato, supo lo que se le venía: “No te enojes gorda, nada más te hablé para que sepas dónde voy a quedar, los quiero mucho”. De esta misma claridad necesitamos los electores para reclamar, con el voto, lo que prometieron y nunca entregaron.
La información de Carmen Morán Breña, publicada en El País el último 23 de diciembre, como obsequio navideño, es lo suficientemente clara para entender las omisiones de la 4T: “El 8 de diciembre, la enésima matanza en tierras mexicanas dejó 14 cadáveres en el pueblo de Texcaltitlán, a 125 kilómetros de la capital, en un enfrentamiento entre agricultores y sicarios. Del espanto grabado en video emergía el oscuro problema que atraviesa la actividad agropecuaria en toda su cadena de producción debido a las extorsiones de los cárteles. Ya no es solo la sangre de amapola la que riega los campos de cultivo. El maíz y el coco, el sorgo, los aguacates, el limón, el mango y la flor de Jamaica, el mundo rural entero sucumbe ante los cobros mafiosos por el uso del suelo, la producción, las cosechas y las ventas. El crimen organizado ha puesto precio a la tierra y al cielo, el hábitat inclemente en el que se desenvuelven los campesinos…”.
Es el horror de San Fernando, Tamaulipas, repetido a lo largo y ancho de la república. Antes, con priistas y panistas, incumplieron con esa garantía constitucional de la seguridad, de la vida, de la preservación de la paz. La investigación de Marcela Turati es sencilla, tan clara que fue acosada por las autoridades que debieran proteger su trabajo. Nos dice:
“Ese abril de 2011 todo Tamaulipas parecía polvorín encendido. Las noticias daban cuenta de cuerpos colgados en puentes en la frontera, de enfrentamientos a granadazos y lanzagranadas en cualquier avenida, de desapariciones o asesinatos de periodistas, de escuelas evacuadas por balaceras, de autobuses quemados, de cabezas humanas puestas como mensajes. A las redacciones de Ciudad de México llegaban rumores de que la gente era asesinada en peleas estilo gladiadores. Donde los Zetas se divertían poniendo a luchar a padres contra hijos, a hermanos contra hermanos, a todos contra todos, hasta que se mataran a golpes. Eran relatos tan sórdidos que resultaba imposible imaginarlos. Pero coincidían con lo que escuché decir a aquel perito y al ministerio público sobre los cadáveres con golpes en el cráneo.
“Y esa información pronto comenzó a filtrarse en las noticias. ¿Era un invento irresponsable y de los medios para atraer clics a su sitio de noticias, o formaban parte de la estrategia de terror de los Zetas para mostrar su poder?”
Los irresponsables seremos los integrantes de la sociedad civil, si toleramos y permitimos que esos hechos se repliquen, una y otra vez, a diferente escala, pero siempre con saldo rojo y con la intención de amedrentarnos. Todo permite suponer que, efectivamente, un florero es el huésped de Palacio Nacional.
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