Fernando Irala
Ciudad de México, 30 de octubre (entresemana.mx). El golpe vino de la nada, o casi.
La madrugada previa, los servicios meteorológicos norteamericanos advirtieron de la peligrosidad creciente de Otis, que apenas pasada la siguiente medianoche pegó con la máxima fuerza de un huracán en Acapulco y alrededores, con un saldo trágico que tardaremos en cuantificar.
En un país de alta siniestralidad, con tantos antecedentes de terremotos y huracanes de gran destrucción, el gobierno actual se atrevió a desaparecer el fondo para la atención de desastres naturales y a desmantelar la infraestructura civil para atenderlos.
La naturaleza se había tardado en dar un golpe de gran magnitud, pero al final lo hizo. Y el gobierno reaccionó mal, muy mal.
La patética escena del jeep militar habilitado como transporte presidencial atascado en el lodo se ha vuelto simbólica y alegórica. No de ahora, de hace décadas el gobierno mexicano –cualquier gobierno– dispone para las emergencias de helicópteros y aviones de la más alta tecnología, de vehículos anfibios; junto con la telefonía celular nació la llamada satelital, que no depende de las torres comerciales. Usarlos no es ningún lujo, es lo menos que un gobernante debe hacer, en vez de andar chapoteando en medio del desastre.
Pasan los días y la magnitud del desastre crece. Del desastre meteorológico y del que escenifica un gobierno absolutamente incapaz de lidiar con la emergencia. El Presidente llegando por la noche a Acapulco, en un viaje tan caótico que no hay evidencia de que en realidad haya tocado el puerto. La gobernadora que aparece hasta el domingo luego de cuatro días ausente. La alcaldesa del lugar sin mucha idea ni capacidad para actuar. Y su vecina de Chilpancingo haciendo fiesta, ajena a la tragedia.
Pero lo peor es además el intento de bloquear a la sociedad civil en la ayuda solidaria. Que sólo sean las fuerzas armadas quienes auxilien a la población, se ha ordenado. Tal estrategia absurda, digna de un Estado totalitario, se quebró en el sismo de 1985, cuando la intervención de los voluntarios fue fundamental para retirar escombros y salvar vidas.
Y ahora el Ejército está distraído en las más inimaginables tareas, menos las que le corresponden, como ésta. Frente a la tragedia que afecta a cerca de un millón de personas, han distribuido unos cuantos miles de litros de agua para beber y otras tantas depensas. Eso es la carga de un trailer, o cuando más de dos. Se requeriría ese volumen, multiplicado por cien, y repetido diariamente, o por lo menos varias veces a la semana.
El régimen sigue atascado en medio del lodo. Y no se ve que vaya a salir.