ISABEL ORTEGA MORALES
Chilpancingo, Guerrero. Esa mañana de jueves 9 de octubre de 1997 amaneció con una lluvia persistente, vía teléfono de tierra -los celulares eran incipientes- con Ma. Fausta Luna Pacheco, que era la Presidenta de la Asociación Mujeres de Prensa en Guerrero, ya que estarían en Chilpancingo para sesionar con el Dr. Manuel Añorve Baños, me dijo que no lograba comunicarse con las demás compañeras, que había una lluvia intensa y rara en Acapulco.
Mi celular, que no tenía identificación de llamada, sonó, era justamente el Doctor Añorve que me decía que había una emergencia en Acapulco, se disculpaba por no acudir a la sesión de trabajo que se quedaría para ayudar en lo que fuera necesario.
Sonó nuevamente mi celular, era el Doctor José Hugo Vázquez Mendoza, el Rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, me dijo que estuviera pendiente porque había una emergencia en Acapulco y dispuso que se suspendieran las actividades académicas y administrativas y que lo diéramos a conocer a la comunidad universitaria. Era yo, la Directora de Prensa de la Máxima Casa de Estudios de Guerrero.
Pero además, era la corresponsal de Núcleo Radio Mil, mi teléfono volvió a sonar, era justo de la ciudad de México, no lograban entablar comunicación con el corresponsal en el puerto de Acapulco, así que hice mi primer enlace de lo que estaba sucediendo.
Fuimos a la entonces Dirección de Protección Civil. Ahí no había datos. Estaban en proceso de recabar lo que estaba sucediendo, es decir, los periodistas sabíamos más que los que estaban en ese lugar, cuando menos en ese primer momento.
Salí hacia Acapulco con un grupo de compañeros de Prensa de la UAG, no era UAGro. Me encontré con el Rector en la Facultad de Medicina, había dispuesto diversas acciones como hacer que ahí se convirtiera en un centro de atención de emergencia, donde debido a la urgencia de médicos, las y los estudiantes de último año se incorporaron a las labores de atención que realizaba ya el Ejército Mexicano. Caminamos porque no era posible la circulación vehicular, y el Doctor Vázquez habló con Directivos de Escuelas y Facultades para solicitar que sin poner en riesgo ni al alumnado ni al personal el voluntariado universitario se sumara a una gran cruzada de atención al puerto y al estado.
Así, alumnas y alumnos de Enfermería, Psicología, de Comercio, de Turismo, de Ciencias Sociales, entre otros, se desplegaron para participar en las acciones a cargo de la SEDENA y la UAG. Incluso se dispuso que el Comedor Universitario brindara a todos los voluntarios comida caliente.
Fueron días muy tristes, de mucho trabajo, agotadoras jornadas, donde no había agua potable, y el orden municipal no se notaba, de tal manera que las autoridades federales que arribaron y se instalaron en un Comité que sesionó en el Centro Internacional Acapulco tomó decisiones políticas. Mi labor entre la Universidad y la cobertura periodística especial fue intensa.
A la Facultad de Medicina arribaban ambulancias, el ir y venir era doloroso, así como el de mujeres, hombres, jóvenes, adultos, preguntando si ahí no estaban los cuerpos de sus familiares desaparecidos.
A la distancia, creo que el Doctor José Hugo Vázquez Mendoza no ha recibido un reconocimiento, que no pide, pero merece, a esa gran labor humanitaria que lideró y que mostró que encabezaba una Universidad cercana a la sociedad, cobijada y respetada por el pueblo y por las autoridades, no ninguneada.