ISABEL ORTEGA MORALES
Chilpancingo, Guerrero. Doña Cristina Batista es mamá de Benjamín Ascencio Batista, uno de los 43 estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa desaparecidos en septiembre de 2014.
A Doña Cristina, como a las otras mamás de esos normalistas, la vida les cambió todo, ahora no solo están en la ruta de encontrar a sus hijos, sino de conocerla verdad y tener justicia.
Como las otras mamás el tiempo le ha cambiado su esperanza. Pero también les ha cambiado la vida familiar, la vida social, la vida misma. La ausencia de Benjamín la ha conducido también a una ausencia de su vida para ser parte de un grupo que está dispuesto a llegar a la verdad y tener justicia.
Ella ha aprendido a hacer lo que nunca se imaginó, estar enfrentando el dolor de la incertidumbre sobre el paradero de su hijo, pero también la incertidumbre sobre el destino del movimiento.
Para muchos, desde fuera, el movimiento de búsqueda genera incomodidad porque mueve la vida en sus actividades los días del movimiento, y aún cuando está focalizado hacia las instituciones y hacia las casetas de cobro, y empresas privadas, la percepción desde dentro es que, no hacerlo, es dejar de generar interés en la búsqueda de los estudiantes, y temen que al criminalizarlo lo condenen a su freno y con ello, a la desaparición de la búsqueda.
Doña Cristina no mira la vida desde la misma óptica de las demás mamás. Ella sin proponérselo, se ha colocado en los grupos de búsqueda de hijos e hijas que constituyen ya en la historia del país, una parte que está pidiendo al gobierno implementar acciones para la identificación genética de los cuerpos que han sido localizados y que sin duda, representan un nombre y una esperanza en la búsqueda de madres, padres y familiares.
Sabe que la lucha no está acabada hasta que no se conozca el paradero de su hijo Benjamín y comparte con las demás mamás y papás de los normalistas desaparecidos, el mismo penar.
Ella llora una ausencia, pero no puede llorar un hijo que puede parecer desde fuera no estar más con vida, porque para ellas y ellos, aceptarlo es aceptar que la búsqueda culminó una etapa, pero sin cuerpos, sin datos genéticos que le indiquen que no está en este plano de vida, no pueden darse por vencidos y aceptar una verdad inconclusa. Aunque parezca difícil de entender.
Ha tenido que aprender a hacer largas caminatas de protesta. A responder a interrogantes de medios, a sentarse a comer, pero lo hace, porque debe vivir para la búsqueda, a enfrentar el día a día porque cada uno representa la posibilidad de estar frente a su hijo.
Esta semana se cumplen 9 años en que Benjamín no está. Doña Cristina avanza en la caminata aún cuando en ese andar han quedado otros padres y madres que han partido a una búsqueda distinta en el otro plano.
Por eso su grito de “verdad y justicia”, aunque ese grito se pierda en el eco de oídos sordos, en sonrisa socarrona, en palabras vanas que no alcanzan a comprender el dolor ni abarcar el sufrimiento de un grupo que mantendrá sus fuerzas porque el amor de madre es más fuerte que la promesa incumplida de dar con el paradero de su hijo.