ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
“La memoria necesita un solo pulso para desmadejar toda una cinta involuntaria de evocaciones que están allí sin que nadie los llame, como un sueño insistente que ha permanecido oculto a nuestra percepción, y que algo difícil de ubicar, un hecho de la vida cotidiana, un impulso sensorial, lo expulsa hacia nosotros. De pronto, una chispa invisible se activa en nuestra mente y somos bendecidos o castigados con imágenes que cargábamos adentro, sin ojos, sin oídos, sin labios.”
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Myriam Moscona hace esta generosa advertencia en la página 46 de su novela “León de Lidia”, su más reciente creación literaria. Alma de poeta y periodista por inspiración, es una de las escritoras mexicanas más representativas desde que aparecieron sus primeras obras en la década de los 80s. Premio de Poesía Aguascalientes 1989, Premio Xavier Villaurrutia 2012 y Premio Manuel Lewinski 2017, reconocimientos merecidos que siguen coronando su trayectoria.
Es muy sencillo dejarse atrapar por “León de Lidia”, su lectura es sencilla y la historia compartida a veces parece un espejo. En efecto, las evocaciones contenidas en este texto nos enredan y atrapan, dan giros por nuestra mente, se alían con nuestra imaginación, juegan a brincar con nosotras, a emboscarnos, se vuelven espejo y aliadas. A la vez, es posible identificarse con ellas, volverlas nuestras o conservar la respetuosa distancia. El verbo evocar es conjugado en todos los tiempos y no desaprovechas ningún pronombre personal. La madeja de esa cinta brota por todos lados, brinca a tu corazón, vuelve momia tu alma, no tiene fin.
Tuve el gusto de presentar esta novela en Feria Universitaria del Libro 2023, de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, mi universidad que también es muy generosa conmigo, quienes la organizan no saben, pero sí deben sospechar, mi secreta alianza con las escritoras que me invitan a acompañar en este maravilloso escenario de letras e historias. Cuando era una adolescente me regalaron una antología de poesía nacional, era la primera vez que encontraba a muchas mujeres poetas en un solo espacio y no solo a Sor Juana o a Rosario Castellanos, había más, muchas más, y entre ellas Myriam Moscona. Sus poemas me atraparon, memoricé esa foto donde los caracoles de su cabello parecían jugar entre ellos, espirales sedosas, laberintos esponjados. Qué grato tenerla ese día junto a mí y poder agradecerle cada palabra compartida, provocaciones literarias que siempre atrapo ilusionada, textos que subrayo para no olvidar, evocaciones que guardo en mi corazón de poeta reprimida.
“León de Lidia” puede convertirse de inmediato en uno de nuestros libros preferidos, la magia que pone nuestra autora en cada escena, descripción y personaje los vuelve fatal y emotivamente cercanos. Resulta sencillo impresionarse con la decisión de Ruth, desear leer los cuentos lentos de Pencho Tarnovo, o escarbar en los secretos de su familia para descubrirse, explicarse y entenderse. La relación con esa abuela que potenciará a la furibunda rebelde que late en cualquier alma infantil dispuesta a desafiar rutinas conservadoras:
“Conocí su historia por esa abuela juzgona que me amargaba con sus regaños, la prefecta de mi casa, la cadenera, la mirada persecutoria de mi niñez. Siempre deseó que yo fuera quien nunca fui. Si me veía reír en exceso me regañaba por mis modales fuera de lugar. Ella me obligó a defenderme, a ser trasgresora, a rebelarme cuando me quieren mandar, a disfrutar haciendo lo que me da la gana.”
En la novela están todas las voces de Myriam Moscona como autora, como narradora y como protagonista. Voces que multiplican a todas las Myriam que viven en ella, voces que ella escuchó en su niñez y vida adulta, voces que se vuelven eco en cada página, voces que volvemos nuestras al avanzar en la lectura. Por eso, es tan sencillo palpar esa cariñosa necesidad de atrapar el pasado de su familia convertido en mariposas y la escritura te ofrece la red ideal para lograrlo. Nuestra querida escritora nació en México, pero va descubriendo que su abuela no, que su mamá no y que su papá no. Yo igual que ella me preguntaría: ¿por qué en mi acta de nacimiento dice que mis padres son apátridas? A-pá-trI-da.
Entonces todos esos países, culturas y expresiones se vuelven un torbellino que no amenaza, pero que sí agita tu vida. Por eso, se llega a comprender esa interrogativa de si debes admirar a un halcón o a un águila devorando a una serpiente, convenciéndote que ambos pueden planear de la misma manera su vuelo dentro de tu corazón. Si al admirar a dos banderas sientes que a una de ellas le han quitado un color. Que en tu casa el español y el búlgaro alegremente pueden parir un idioma, el ladino, donde la letra k parece aliarse con lo búlgaro, donde palabras que no decimos en español las comprendemos perfectamente, palabras que se oyen, textos que intento leer lo más fielmente posible por solidaridad con mi escritora y su familia.
La novela no necesita un orden cronológico, tampoco un principio con sabor a punto de partida ni un final de plata, oro o bronce. La historia solita te va a atrapando por la fuerza de sus escenas, lo memorable de sus anécdotas, por la total confianza que la protagonista deposita en ti para compartirte tantos secretos y miedos, tantos personajes y vivencias. Verdades que duelen. Verdades que liberan.
Por las noches regresaban escenas de mi sueño, volvía a ver guantes negros; me imaginaba sus llagas, su sentimiento de culpa, sus diálogos internos, su incapacidad para colocarse en un lugar distinto del de su lenta y razonada destrucción. Aunque se haya muerto por negligente, por no hacerse cargo de sanar, también yo comienzo a justificarlo. Las hijas siempre disculpamos y protegemos la figura patriarcal. Con las madres solemos ser más exigentes, menos misericordiosas. Son nuestras iguales y de niñas sentimos una rivalidad. Al fin y acabo, ellas son la pareja de nuestro primer amor. Y en aquellos tiempos, ¿quién iba a cuestionarse? Eso se actuaba con toda naturalidad, así salía, en crudo. Sin filtros.
Al final de la historia, nos comparte las dos razones para titularla “León de Lidia”: La primera es por una moneda antigua muy rara que encontró en un museo y, la segunda, que papá se llamaba León y su mamá Lidia. En el texto una misteriosa mujer le hace ver esa coincidencia:
Así que tú eres la hija de León, el León de Lidia. Y así aprendí a decir el mismo nombre con dos intenciones distintas, aunque por dentro yo sabía desplazarme de la moneda de oro y plata al amor que se tuvieron mis padres. Cuando digo León de Lidia, por encanto, los vuelvo a hacer vivir. Y me hice una promesa y la estoy cumpliendo.
Gracias Myriam Moscona por cumplir esa promesa, porque al cumplir esa promesa nos reconcilias con la vida.