TERESA GIL
Los vendavales siempre causan un azote en las viviendas modestas. Y ahora es el momento. Pero hay otros casos, en el que no solo causan expulsiones, robo y despojo a alguien de un sector especial. Y lo hemos estado constatando por la existencia de grupos que llegan subrepticiamente por lo general en la madrugada y sacan de sus casas a antiguos ocupantes. Suele suceder en el centro de la ciudad donde quedaban aún casas de renta congelada o personas que han vivido buena parte de su vida en un entorno que se ha elevado de nivel, en casas que están en lugares de ese centro cuyos terrenos se han encarecido de manera desproporcionada. Se usan presuntamente para justificar el desalojo, papeles que no confirman el derecho que tienen a expulsar a sus habitantes. Dirían ellos, ahora descentrados sin donde vivir como aquel desesperado hombre que clamaba en El romance sonámbulo de Federico García Lorca: “Pero yo ya no soy yo ni mi casa es ya mi casa”. Este clamor expresa la importancia que tiene para el ser humano el techo que lo cubre, aunque reducido el espacio ese pueda concretarse a la esfera del propio cuerpo. Por algo Guadalupe Amor decía;”Yo soy mi casa “. Muchos se quedarán sin techo en estas temporadas, ¿Que solución están dando los gobiernos sobre todo de esa alcaldía?
LA CASA EN LA NECESIDAD VITAL DE REFUGIO, DE TODOS LOS SERES
La casa en la literatura, no es sino el elemento descriptivo o el espacio donde se mueven los personajes. Es, además, una obsesión, cuando de los propios escritores se trata. Recuerdo por lo pronto a dos que vivieron obsesionados por el lugar donde habitaban: Agatha Christie y Raymond Chandler. Con exactitud sus biografías no mencionan el número de veces que ambos se cambiaron de casa. En su autobiografía Christie reseña a lo largo de 25 años, las muchas casas y departamentos que decoró en el campo y en Londres y la urgencia por trasladarse a la siguiente casa y volver a comenzar. Como si se tratara de una necesidad vital, una demanda interna, por huir del espacio del momento.
ALGUNOS DIRÁN: “PERO YO YA NO SOY YO NI MI CASA ES YA MI CASA”
Chandler el escritor de El Largo Adiós (Hamish Hamilton 1953) es más complejo. Llegaba, se instalaba, escribía cuentos, guiones o alguna de sus famosas novelas y de pronto con una desesperación muy propia del carácter que tenía, se marchaba no solo de la casa, sino de la ciudad. Así atravesaron buena parte de Estados Unidos él y su anciana esposa que le llevaba 20 años. Cuando murió en 1959 esa urgencia la había trasladado poco antes a Inglaterra, su segunda patria ¿Que es lo que empuja a estos personajes a deambular de casa en casa, atrapados tal vez en un espacio en el que no caben? Quizá, siendo prosaicos, podríamos recordar aquel título del pasado “Una casa no es un hogar”, que hizo tan famosa a la madame Polly Adler en un best seller que exhibía la doble moral de las clases altas y medias de Estados Unidos. O pensar como Pushkin atribulado por vivir en una casa ajena título que se extiende a algunas obras de otros autores. Y sin casa propia y ajena se encuentra multitud de personas que están siendo atrapadas por gente de una alcaldía, para la que un hogar solo es el espacio del que se puede apropiar.