LA COSTUMBRE DEL PODER/ México, sin Estado, sin gobierno ni rumbo (VIII/VIII)

GREGORIO ORTEGA MOLINA

*Los mexicanos continuarán fieles a sus mitos y traiciones, hasta que desde el hogar y la escuela se modifique, con instrucción pública y formación ética y moral, su actitud ante la ley, la Constitución, la autoridad

Para Ignacio Morales Lechuga

Lo siento, todo seguirá igual

Encomiable el esfuerzo de mexicolectivo para aportarnos una reflexión del momento que vivimos y propuestas para resolver los problemas que nos afectan, muchos desde 1821.

Nos descubren datos que convocan a la reflexión y atemorizan porque no se ven soluciones inmediatas. Indican que en 2030 las zonas urbanas albergarán al 90 por ciento de la población. La pregunta inmediata es: ¿quién hará producir y prosperar al campo?

Considero que tienen una grave omisión. No tocan el desafío esencial, que somos nosotros, renuentes a modificar nuestra actitud frente a la ley, las normas constitucionales, el gobierno y todas las autoridades y, por ende, el trato entre mexicanos.

Las disparidades son tantas y tan adversas, como la perenne presencia del general Francisco Rosas en nuestro proyecto de nación. Insisten en presentarnos, los que gobiernan y mandan, un programa sexenal. En otras naciones el desarrollo, la evolución, el crecimiento y el cambio, quedan insertos en una propuesta de largo aliento, acorde a la historia, a la que los gobiernos pueden poner su impronta, pero no modificarla de cabo a rabo. ¿Dónde quedó esa idea de México que surgió de la Constitución de 1917, de la sangre de la Revolución? La conculcaron de a poco, primero para deformarla y terminar por desaparecerla.

Somos de modas pasajeras y efectistas. Nos alejamos del fondo y nos conformamos con mantenernos a flote. “Como el auto engaño consiste en creer que ya se es lo que se quisiera ser, en cuanto el mexicano queda satisfecho de su imagen, abandona el esfuerzo en pro de su mejoramiento efectivo. Es, pues, un hombre que pasa a través de los años sin experimentar ningún cambio”, no lo digo yo, lo asevera Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México.

Obsesionarnos de manera enfermiza con la posesión del petróleo, parte de la premisa de que “la propiedad permite, en cierto modo, ser independiente de los demás. La independencia es así, lo mismo que la dependencia, una noción equívoca, ya que lo mismo puede significar autonomía de elección y liberación por la propia obra, que independencia en cuanto a capacidad de disponer de una riqueza de que se tiene la propiedad. En el criollo actúan las dos ideas de independencia como proyecto de haber propio, como independencia económica”. Tampoco lo digo yo, es una afirmación de Emilio Uranga en Análisis del ser del mexicano.

Criollos, mestizos y habitantes originarios de México caminamos de la mano con un propósito que nos une: dar la espalda a la realidad. Cuando la tenemos en frente nos atemorizamos y le damos con la puerta en la nariz. “La Revolución, al agitar violentamente la realidad mexicana, puso de manifiesto el mundo que por espacio de varios siglos se había querido ocultar. México entero, con todas sus grandes y pequeñas contradicciones se manifestó con toda su fuerza obligando a sus hombres a enfrentársele directamente, sin evasivas, sin falsas justificaciones. Se trataba de un movimiento social mediante el cual se regresaba al punto de partida de nuestra historia como oportunidad única para deshacer cuatro siglos de errores e incomprensiones”. Les aseguro que no lo digo yo, sino Leopoldo Zea en Conciencia y posibilidad del mexicano.

Para cerrar con broche de oro esta innovadora y afamada sección de no lo digo yo, recurrimos a Emilio Rabasa y La Constitución y la dictadura, donde leemos: “El afán de conservar o adquirir un cargo que asegure un sueldo, mueve a un ejército numeroso en todos los países, y mucho más en un país pobre de empresas y trabajos privados, falto de estímulo para la iniciativa personal y poblado por gente que tiene, por tradición y por herencia, más apego a la tranquilidad con estrecheces que audacia para perseguir las mejores esperanzas eventuales. Este afán es el que produce la sumisión temerosa de la legión de empleados y la sumisión codiciosa de cientos de millares que quieren sustituirlos”.

¿Cómo, entonces, convencerán a los barones del dinero de que inviertan, ofreciéndoles verdadera seguridad jurídica y atractivos fiscales? O los cooptarán, para que los moches, los entres, los sobre amarillos y los ojos cerrados permanezcan, y nada suceda como nada sucedió después de las muertes de la Línea 12, o tras el cierre del proyecto del AI de Texcoco, de graves consecuencias económicas y sin repercusiones políticas, porque el florero sólo cambió de lugar.

Los mexicanos continuarán fieles a sus mitos y traiciones, hasta que desde el hogar y la escuela se modifique, con instrucción pública y formación ética y moral, su actitud ante la ley, la Constitución, la autoridad.

Con el problema adicional de que no hay, por lo pronto, manera de administrar el narcotráfico. Todo cambió cuando el hermano incómodo logró su aeropista en Agualeguas y pudo llevarse su moche sin consecuencias. Hoy casi todos están coludidos, por amenaza o por debilidad y codicia.

Otro no lo dije yo adicional, escrito por la muy temible y peligrosa Irene Vallejo, publicado en Milenio: “Continuando un largo trabajo de demolición, la enésima reforma de nuestro sistema educativo arrincona la enseñanza de la filosofía. Nuestros legisladores parecen pensar que solo un reducido grupo de especialistas necesitan ejercitar el pensamiento crítico, entender los mecanismos del poder, descubrir las falacias con las que intentan engañarnos o afrontar la dificultad de vivir, envejecer y morir. En realidad, desterrar la filosofía del recorrido educativo nunca es inocente. Quienes deciden este exilio, pretenden que caminemos más dóciles y sonámbulos por la ruta de los días. Los antiguos inventaron la filosofía y la consideraron una necesidad vital. Los romanos que podían permitírselo, tenían un filósofo doméstico en sus hogares. Solicitaban su ayuda para educar a los hijos, para aprender a lanzar grandes discursos o cuando se enfrentaban a una situación difícil. Algunos sarcófagos romanos de mármol representan a una pareja ante el umbral de una puerta. Tras ellos, en segundo plano y actitud apaciguadora, aparece un hombre con barba y toga. El umbral representa la muerte; la pareja, a los dueños de la tumba; y el hombre barbudo es su filósofo de cabecera en quien buscaron consejo a lo largo de los años y que los sosiega en su último paso. Así quisieron inmortalizar a su sabio ayudante, acompañándolos hasta el instante definitivo. Hoy estarían más solos”.

Se solazan al intentar convertirnos en más tontos, a través del neomarxismo arriaga.

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