DRINA ERGUETA
SemMéxico, La Paz, Bolivia. Es constante, desde hace casi dos décadas, la puesta en duda de los índices de la economía boliviana en una pugna política incansable y cortoplacista que ciega y ensordece hacia realidades próximas y también globales. Hay muchos aspectos a tomar en cuenta con relación a la mirada que se tiene sobre la economía, sobre quiénes participan y los efectos de ésta en nuestro presente y futuro, veamos algunos de ellos:
Primero, si se observa desde lejos, las luchas internas parecen absurdas ante lo que hay y lo que se avecina: “Es aterrador. La era del calentamiento global ha terminado y ha llegado la era de la ebullición global”, dijo en Nueva York el secretario general de la ONU, António Guterres, ante las altas temperaturas globales cuyas «consecuencias son claras y trágicas”, además de incontenibles y crecientes, de las que “los humanos tienen la culpa”.
Nos cocemos a fuego lento y no nos enteramos mucho. En tanto, hay que seguir produciendo y viviendo encerrados entre montañas y selvas como si Bolivia no fuera parte del planeta.
Segundo, con una mirada distinta, en Bolivia, la ministra de la Presidencia, María Nela Prada, ha dicho ante los empresarios cruceños que “no se trata de crecer por crecer, como hacen economías neoliberales”, sino de redistribuir y reducir las desigualdades entre ricos y pobres, “reducir las brechas entre regiones, entre departamentos, entre campo y ciudad”. Mirada distinta porque normalmente para los empresarios y el sentido común aprendido eso de redistribuir no cuaja.
El Ministerio de Economía y Finanzas señala que “hasta el cierre de 2023, los organismos internacionales prevén que la desaceleración económica se acentúe y generalice, debido a la continuidad de la guerra en Ucrania, el endurecimiento de las condiciones de financiamiento, la moderación de los precios de los commodities, y el estrés de endeudamiento que afectaría a varias economías de ingresos bajos”.
Según la edición más reciente del informe Perspectivas económicas mundiales del Banco Mundial, “se prevé que el crecimiento mundial se desacelerará, del 3,1 % en 2022 al 2,1 % en 2023”, donde el crecimiento de las economías avanzadas sólo llega al 0,7 % este año y “continuará siendo débil en 2024”, mientras que en los MEED (mercados emergentes y economías en desarrollo), salvo China, se prevé un 2,9 % que es menor al año anterior.
En todo caso, desde el gobierno se insiste en que “en un contexto económico mundial negativo, Bolivia liderará los índices de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de la región y mantiene su previsión para cerrar el año 2023 con un crecimiento del 4,86%”.
Tercero, le hizo falta, a la ministra, mencionar las desigualdades entre géneros, ya que en general son las mujeres las que mayor empobrecimiento sufren a lo largo de su vida, con relación a los varones.
En este sistema de ganancia para unos en desmedro de otros, las mujeres están ausentes y las funciones que cumplen son invisibilizadas, por ello se habla de reivindicar y dar valor a la “economía del cuidado” que es la que sostiene toda actividad humana y que además es la que tiende a cuidar más del medio ambiente.
Cuarto, la desaceleración económica se ve como algo negativo y nefasto. De hecho, lo es para el sistema económico capitalista vigente que si no crece colapsa; sin embargo, este crecimiento está destruyendo el planeta, por ello surgen las voces de organizaciones ecologistas que, ante la lógica de “no es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado”, plantean el decrecimiento sostenible y la redistribución de recursos como solución urgente ante la crisis ambiental planetaria. Lo que implica un cambio de sistema económico.
En suma, el panorama a tomar en cuenta es muy amplio y a estas alturas, en la que el planeta está al borde del colapso, prestar atención a parámetros aislados y limitantes como el crecimiento económico no puede ser suficiente. Se debe tomar en cuenta a todas las desigualdades para reducirlas y encarar otras maneras de (sobre)vivir en las circunstancias ambientales actuales.