*El médico y quienes están a la cabecera del enfermo, son testigos mudos de cómo palidece la llama de los ojos, el color de la piel y la vida se apaga y el tiempo, para el moribundo, de pronto cesa, porque para los presentes y los otros deudos, suma segundo tras segundo. La vida es tiempo, y no a la inversa
GREGORIO ORTEGA MOLINA. Enfermedad y tiempo. Supongo que los acosados por algún malestar o por grave mal, modifican de manera radical el uso de sus días y noches, o los ponen de lado, en espera de rehabilitarse, sanar y así disponer de ellos.
Todos, o casi, hemos sido víctimas de alguna gripa que, literalmente, lo tiran a uno en la cama, con la nariz convertida en un grifo abierto de secreciones nasales, mucosidades. Se pierde la noción del tiempo y la conciencia de que lo tenemos a nuestra disposición, una vez que saltemos del lecho, y bañados reemprendamos el ritmo habitual de lo que conocemos como vida.
Los postrados por alguna enfermedad identificada como terminal, disponen de él de otra manera, porque adquiere otro valor, debido a que el que se va es el desahuciado. A pesar de ser “fugitivo”, el tiempo permanece para quien desee disponer de él.
El enfermo lo usa para poner jurídica y fiscalmente en orden su vida. No desea, no quiere heredar problemas a sus deudos. Durante las noches, o cuando el silencio lo acosa, se esfuerza en reconciliarse con él mismo y con la idea de hacer mutis, reaviva en su fuero interno la llama de la esperanza y renacen en él esas evocaciones infantiles y religiosas de que el milagro es posible. Quizá sanar no requiere de días, semanas y meses saturado de medicamentos, sino de fe, de la luz de la fe.
El médico y quienes están a la cabecera del enfermo, son testigos mudos de cómo palidece la llama de los ojos, el color de la piel y la vida se apaga y el tiempo, para el moribundo, de pronto cesa, porque para los presentes y los otros deudos, suma segundo tras segundo. La vida es tiempo, y no a la inversa.
Deduzco que los médicos tratantes, cirujanos, enfermeras especializadas que asisten a los moribundos, los sacerdotes que acuden al pie de la cama de los que se van, a aplicarles los santos óleos y darles la extremaunción, adquieren otra relación con su propio tiempo, ese que les es dado para esforzarse en sanar a los pacientes, asistirlos y, también, ayudarlos a dar el gran salto.
El tiempo es el gran tema, la gran incógnita. Caifanes lo puntualiza en una rola que dice: voy a dar una vuelta al cielo, para ver lo que es eterno.
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