ADRIANA DELGADO RUIZ (@AdriDelgadoRuiz/ El Heraldo de México). El primer diagnóstico cuando llegué a Monterrey fue «su hija va a perder un pie y tiene quemaduras de tercer grado». La causa, un accidente en la planta de Ternium-Siemens donde ella trabajaba, que no tenía mínimas medidas de seguridad .
Desde entonces, hace cinco años, he escuchado voces diciéndome que deje su defensa legal y que esperemos, pero no. Soy su madre. Antes que cualquier otra definición como persona, soy un ser humano que ama profundamente a su hija, al igual que muchas madres que luchan contra las injusticias hacia
sus hijas e hijos en este país.
Karla estudió ingeniería mecatrónica. Fue una alumna extraodinaria. Estudió con mucho esfuerzo en el seno de una familia aspiracionista, conocedora del valor de la oportunidad que brinda una profesión.
Aquella mañana, en la planta de Ternium, Karla resbaló con bolas de polvo de hierro de reducción directa a muy alta temperatura, esparcidas en el piso, en donde no había señalamientos de precaución y acordonamiento, ni equipos de primeros auxilios en 400 metros. Incluso, de acuerdo con testimonios, inspectores de la Secretaría del Trabajo observaron que no había siquiera un barandal.
Aunque mi hija tenía puesto todo su equipo de seguridad, el polvo de hierro fino y de alta temperatura fundió sus botas con su piel, ocasionándole quemaduras y lesiones que la mantuvieron ocho meses en el hospital y requirieron diez cirugías. Atención de alta especialidad que enfrentamos solas, como familia, porque la empresa le dio únicamente las primeras asistencias en una enclenque instalación médica propia, sin el equipo y personal especializados para los riesgos industriales en una siderúrgica, pero que mantiene para evadir el pago de seguridad social.
Si ese escarnio no era suficiente, el director de Ternium, Máximo Vedolla, llegó con sus colaboradores cercanos y una actitud misógina al hospital donde estaba Karla, para intimidarla: “¿Y tú qué hacías ahí?” La respuesta, simple y directa: “Trabajo ahí, en la briquetadora”. Quince días después del percance, la empresa la despidió y ha intentado deslindarse legalmente de la responsabilidad durante todo este tiempo.
Nuestro abogado, Luis Alfonso Cervantes, presentó la demanda en el Juzgado Vigésimo Séptimo Civil de la Ciudad de México, donde Ternium tiene su domicilio corporativo. Cuando el juicio ya estaba avanzado en la etapa de pruebas, la empresa hizo su primera maniobra: adujo que el proceso tendría que hacerse en el juzgado competente en el lugar de los hechos.
La notificación no se hizo como se debía ser, personal , sino vía electrónica ,así que tuvimos que hacer una amplia investigación para saber a dónde había sido enviado el expediente. Durante ese tiempo perdido, el Juzgado Primero de Juicio Civil Oral del Primer Distrito Judicial en el Estado de Nuevo León, desechó la demanda con el argumento de que mi hija no se presentó en tiempo a su procedimiento.
Nuevo viacrucis. Lo siguiente fue un juicio de amparo que también fue desechado por el Juzgado Quinto de Distrito en Materia Civil y de Trabajo en el Estado de Nuevo León, así que presentamos una queja ante el tribunal colegiado que determinó reponer el proceso y dar a mi hija la posibilidad de obtener justicia.
Luego de cinco años del accidente, el juicio está a la espera de iniciar en cuanto se hayan desahogado antes de otros 47 asuntos pendientes de turno.
Así es Ternium. Una empresa que gasta en corrupción para no invertir en sus recursos humanos, con historial de negligencias laborales, desaparición de líderes sociales indígenas y sobreexplotación abusiva de acuíferos amparada en un acaparamiento abusivo de concesiones federales.
Mi hija y yo continuamos nuestra lucha porque somos una familia unida que confía en las instituciones, en especial las de justicia. Pero “nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía”, solía decir Séneca.
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