SOLEDAD JARQUÍN EDGAR (SemMéxico, Oaxaca). La historia trágica de la migración mexicana a Estados Unidos y de centroamericanos/as-sudamericanos/as al territorio nacional, en busca del otrora sueño americano en el vecino país del norte, ha estado plagada de un asunto que se mueve de un lado a otro, muy cotidiano, un secreto a voces, de generaciones que lo hacen costumbre y que ya no asusta a nadie: la corrupción institucional y la complicidad de una sociedad apática, como la nuestra.
Sexenio tras sexenio, la migración es una tragedia nacional-internacional, de impacto mediático, casi instantáneo, como muchas otras violencias que azotan la espalda de las y los seres humanos, que de tanto ser golpeados empiezan a perder sentido al dolor de otros y otras, que de vez en cuando despierta frente a una nueva tragedia, se indigna y luego vuelve a adormecer la conciencia.
El problema es que, aunque los gobiernos cambien, como ha sucedido desde el 2006 a la fecha, en que la historia mexicana ha pasado de una mano a otra, al pasar de la derecha del PAN, a la política nacionalista-centro-derecha y neoliberal del PRI, y de este partido a la 4T que desdibujo a la izquierda, con funcionarias y funcionarios que ejecutan órdenes, seguimos en la mismas.
Las tragedias de personas que dejan sus países huyendo, como es bien sabido, de las múltiples violencias, de las crisis financieras y políticas, hacia el país de los sueños, donde buscan la paz, la tranquilidad, la superación de sus hijos/hijas y familias, y la prometida estabilidad social-política-económica… Nada, son sueños y los sueños, sueños son.
Lo sucedido en Chihuahua el pasado 27 de marzo, donde un incendio en una estación-prisión migratoria es una muestra de la tragedia, que además de 40 personas muertas, el humo asfixiante arrojó diversos hechos de corrupción, una que habría que reclamarle al presidente mexicano que prometió un gobierno diferente y que a casi cinco años no ha mostrado intención alguna de la transformación.
Los relatos periodísticos de finales del siglo pasado y de principios del nuevo milenio, hablan sobre estas tragedias en las cuales siempre han estado inmiscuidos elementos del Instituto Nacional de Migración, que hacen mutis porque su silencio siempre ha tenido un costo, es un modo de vida naturalizado y al que hoy sabemos le han entrado, al menos algunos elementos de la Guardia Nacional, como sucedió justo en la misma semana en Salina Cruz, Oaxaca, donde la Marina detuvo a cuatro elementos de esa corporación creada por AMLO y que fueron sorprendidos transportando a personas de origen ruso.
Martha Izquierdo, por ejemplo, periodista y entonces corresponsal de Reforma en la región del istmo oaxaqueño, reportó en aquellos días cómo los delincuentes vieron en la migración un negocio para la trata de personas con fines sexuales como sucede con las mujeres o de explotación laboral en la mayoría de los casos de los hombres. Secuestrar a grupos enteros de migrantes, se hizo una trágica costumbre, reporteada sistemáticamente por los medios, hasta que la noticia dejó de serlo, no porque terminara el problema sino porque tal parece a nadie más le importaba.
En una entrevista, Martha Izquierdo ha platicado que en alguna ocasión hizo un amplio reportaje del secuestro de migrantes, lo que para ella significó una serie de amenazas y sostiene que, si las autoridades tanto federales como del estado de Oaxaca hubieran intervenido, se habría evitado la tragedia de San Fernando, Tamaulipas, que ocurrió meses después de su denuncia en aquel diario.
El sacrificio fue mayúsculo: 72 personas fueron asesinadas “presuntamente” por grupos de la delincuencia organizada en agosto de 2010, luego habría otras más y algunos otros, apenas unos cuantos han sido resueltos como ocurrió recientemente entre Guanajuato y San Luis Potosí. Sin olvidar que por años los caminos del sur fueron asolados por grupos como la Mara Salvatrucha.
No todas las personas migrantes son asesinadas, muchas sufren toda clase de vejaciones, incluso a manos del personal de seguridad sean federales, estatales o municipales, de instituciones de migración, de personas que ven en la vulnerabilidad de estos seres humanos “una oportunidad”. Las mujeres y las niñas no solo son robadas, sino que además suelen ser víctimas de la violencia sexual.
No me extiendo más, lo que quiero decir, es que el problema ha estado ahí desde hace décadas, que no ha sido resuelto porque, la llamada política de Estado, no responde a una política nacional sino a los intereses de Estados Unidos. Calderón-Peña-López, sin duda, han tenido la misma respuesta, se han hecho de la vista gorda, como diría mi abuela Lucha y han permitido la corrupción.
Moraleja no se trata de cambiar de partido político en el poder, se trata de cambiar de fondo al país y esa transformación se volvió una promesa de todos los días que no llegó ni llegará en este sexenio.
Como sociedad, pienso, no debemos olvidar que migrantes somos todos y todas.