DULCE MARÍA SAURI RIANCHO* (SemMéxico, Mérida, Yucatán). Dicen que todos los presidentes de la república de la era priista (con excepción de Ernesto Zedillo, más de la transición) han abrigado deseos reeleccionistas.
En la cúspide de su poder se asumieron como insustituibles y únicos capaces de articular los esfuerzos sociales por la prosperidad de la nación.
Parecía que con el desarrollo democrático ese “defecto” o tentación de considerarse especie única en su género se había desvanecido. Hasta que llegó el presidente López Obrador, heredero del todo-poder presidencial de la hegemonía priista.
Los signos de ese “obscuro objeto de deseo” de prolongación indefinida del poder han sido numerosos y contradictorios, como el inicio prematuro de la lucha por su sucesión, antes de completar el tercer año de su mandato. López Obrador se sabe en control total de su proceso sucesorio, que las bautizadas “corcholatas” bailan ahora al son que les impone su jefe.
Sabiéndose dueño indisputado de la escena, el pasado 18 de marzo, en el 85 aniversario de la expropiación petrolera, el Presidente de la república dio a conocer la cartilla de su sucesión.
El único requisito para obtener el apoyo presidencial es que la “corcholata” favorecida se comprometa íntegramente a continuar las políticas y los proyectos del actual gobierno, sin cambio o desviación alguna.
A López Obrador -así lo dijo- no le pasará lo del general Lázaro Cárdenas, que, en el momento de la definición sobre el candidato a sucederlo, optó por el moderado Manuel Ávila Camacho, en vez del radical y comprometido paisano Francisco J. Múgica.
A partir de entonces, según López Obrador, se “torció” el proyecto revolucionario. Todo porque Cárdenas no se atrevió a profundizar la vía de la transformación del país.
Críticas aparte a la figura histórica más relevante del México posrevolucionario, en el mismo Zócalo pletórico de sus seguidores/as, López Obrador describió el “juego de las camisetas” que ahora jugarán sus corcholatas: quién portará la prenda de Múgica, leal amigo y comprometido con el reparto agrario y el régimen socialista; quién la de Manuel Ávila Camacho, también general de división y secretario de la Defensa Nacional, que serenó al país dividido todavía por los conflictos religiosos; y quién se animará a ponerse la camiseta de Juan Andrew Almazán, que se separó del PRM para ser candidato opositor, representando a las nacientes clases medias urbanas.
Otra vez la habilidad de López Obrador ha logrado capturar el debate sobre su sucesión, concentrándolo en su persona, en su clasificación personal de la y los aspirantes y, finalmente, en la selección de quien portará la camiseta rojo quemado en 2024.
Sin embargo, por más esfuerzos de control que realice el presidente López Obrador sobre su sucesor/a es altamente probable que fracase rotundamente, si es que ella/él logra el triunfo en las urnas.
También Lázaro Cárdenas candidato a la presidencia de la república puede ser referente histórico del futuro inmediato de López Obrador. El general Cárdenas fue postulado por el PNR (antecesor del actual PRI) en 1934, después de pasar todas las pruebas de lealtad e incondicionalidad que le había impuesto Plutarco Elías Calles, el poderoso expresidente, que mantuvo el control político después de concluir su periodo en 1928.
Siendo mandatario electo, Cárdenas visitó a Calles en su rancho de El Mante, Tamaulipas, para rendirle cuentas de sus planes de gobierno y, muy probablemente, acordar la integración del primer gabinete.
Cárdenas asumió la presidencia el 1 de diciembre de 1934; seis meses después, el encanto del control de Calles sobre el nuevo mandatario comenzó a desdibujarse. En junio, en tronantes declaraciones realizadas ante legisladores afines, Calles denunciaba “el divisionismo y los extremismos” en que habían caído las cámaras del Congreso de la Unión.
La intervención del expresidente recibió una dura respuesta por parte del presidente Cárdenas, primero con los relevos de los afines a Calles que formaban parte de su gabinete, y después, con la salida de un número importante de gobernadores de los estados, integrantes de su grupo político.
La culminación se dio curiosamente en Viernes Santo, 10 de abril de 1936, cuando Calles fue detenido y obligado a tomar un avión que lo condujo a Estados Unidos en calidad de exiliado, no sin antes resentir todo género de descalificaciones por parte de quienes hasta unos cuantos meses atrás, sólo derramaban elogios sobre su persona. Cárdenas no mandó matar a Calles, sólo lo remitió a su carácter de expresidente, sin poder alguno, más que el de los recuerdos.
No es cierto que la historia se repite automáticamente, pero conocer estos episodios ayuda a dimensionar el empeño lopezobradorista de “tatuar” las camisetas rojo quemado en sus “corcholatas” presidenciales. Si llega a imponerse en la elección de 2024, no habrá amenaza de revocación de mandato en 2028 que valga: por mero instinto de sobrevivencia, su “corcholata” amada tendrá que despojarse del tutelaje y el control de quien le haya abierto el camino. Al tiempo.
Horario de verano. El próximo domingo 2 de abril NO habrá cambio de hora en México, como sucedía al inicio de abril, desde hace 26 años. En Yucatán, particularmente en Mérida, amanecerá 45 minutos antes que en la Ciudad de México y, por la tarde, tendremos obscuridad también casi una hora antes que el centro del país. El artículo 6 de la Ley de los Husos Horarios faculta al Congreso del Estado o al gobernador Vila a solicitar que la hora de Yucatán sea igual a la de nuestro vecino estado de Quintana Roo. Gozaríamos de más luz solar para la mayoría de nuestras actividades, acompañadas del fresco de la tarde.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán