DRINA ERGUETA (SemMéxico, La Paz, Bolivia). Mientras este 8 de marzo nuevamente se recordaba el Día Internacional de las Mujeres (Trabajadoras), en el contexto boliviano los feminicidios sumaban ya 19 víctimas (al 6 de marzo) en un ambiente político de duro enfrentamiento permanente, no sólo entre oficialistas y opositores, sino también al interior de las fuerzas político partidistas que, como en cachascán, es todos contra todos y, en algunos casos, literalmente.
En la gobernación de Santa Cruz hubo una división en la cúpula, debido a que el gobernador Luis Fernando Camacho no quiere dejar el cargo pese a que lleva ya dos meses y medio en prisión provisional, generando efectos en la administración de situaciones como la crisis sanitaria por el dengue. Ello generó también un choque con el alcalde Jhonny Fernández, quien fue agredido cuando fue a la Gobernación; mientras, en la ciudad de La Paz, y otros escenarios nacionales, el partido de gobierno tiene fuertes divisiones y enfrentamientos, incluso físicos con palizas a representantes de uno y otro bando, por el liderazgo de cara a las elecciones de 2025. De fondo, y apenas perceptibles, semana a semana suman los casos de violencias machistas con feminicidios que tienen la característica de ser precedidos de torturas contra las víctimas. Pero de estas muertes poco se habla en los medios, centrados en la política e influenciando en la gente de a pie que toma postura por uno u otro bando sin lograr un diálogo, ya que prima el insulto. Un ambiente de desatino, descontrol, irresponsabilidad y deshumanización.
Esta situación nos lleva a la “locura” que, en términos kantianos y en un artículo académico, explica Jesús Cifuentes Yarce (2019) al decir: “Hay una realidad afirmada y descrita por uno y negada por la mirada del otro, por lo tanto, no puede existir ninguna forma de entendimiento”. Cita a Kant: “El único síntoma universal de la locura es la pérdida del sentido común”. Un sentido común, en sentido de comunidad, ya que, señala Cifuentes, con la Modernidad se inicia una postura individual ante el mundo, con “una cosmovisión que no permite construir un espacio común” que impide ver el peligro que es “el de deshumanizarse constantemente”. El otro está loco.
Frente a una situación política y, evidentemente, también personal, como es el caso de Camacho que está en prisión y como son los intereses que defiende y que lo han colocado en el poder, no hay un sentido de comunidad en el que prime el bienestar de la sociedad. En el partido de gobierno se está perdiendo, si es que existió, un sentido de construcción común como base sólida que haga frente a los intereses sectoriales por el liderazgo y mando. Frente a las violencias machistas, no hay una posición unánime y firme para evitarlas, porque si bien hay derechos, estos son del individuo, especialmente el que es hombre, y no hay un pensamiento conjunto que frene los feminicidios, cada quien mira para otro lado.
El filósofo Raimon Panikkar habla del “diálogo dialógico” como forma de enriquecimiento mutuo, al tener una apertura al descubrimiento de las riquezas que el otro puede ofrecer, pasando así del debate dialéctico al debate del ágora. Alguien podría decir que ésta es una aportación filosófica que no aterriza al mundo real de conflicto en el que hay intereses concretos en juego, como la propiedad privada, la riqueza y el poder de clases sociales, de razas y de género; pero, para ejercer nuestra humanidad, y frente a una creciente deshumanización, necesitamos un mínimo que se construye con el diálogo.
En Bolivia se podría aspirar a un mínimo: a unas políticas de estado base, comunes y firmes, sobre las que los partidos y las personas construyan, al margen de sus respectivas posturas. En política, la democracia debiera ser una base firme, pero se la ataca por todas partes y cada quien se la apropia e interpreta como quiere para justificar sus actos. En las relaciones de género, el respeto tendría que ser otra base firme sobre la cual actuar y ser persona.