*Pienso ahora en que es muy posible que, por angas o mangas, lleguen a detenernos en los andenes del metro, y de pronto demos con nuestros huesos en casas de seguridad, si bien nos va, o en fosas clandestinas, y todo sucederá en público, ante los ojos sumisos de la sociedad. De los que están a nuestro lado, y ninguno se atreverá a decir esta boca es mía
GREGORIO ORTEGA MOLINA. El mandato que todo gobernante jamás puede eludir, porque es el que da sustento al concepto de patria, a los “sentimientos” de la nación, es la defensa indeclinable e irrevocable de los derechos de los gobernados. Ningún ciudadano puede renunciar a ellos, como tampoco puede dejar de cumplir con sus deberes.
¿De dónde esa “autorización” de la privación ilegal de la libertad, porque a ello equivale toda detención que no se traduce en presentar al detenido ante la autoridad jurisdiccional competente? ¿De dónde ceder a militares la responsabilidad constitucional y legal de las policías civiles? ¿De dónde la militarización de lo que sólo puede ser responsabilidad civil?
Es muy sencillo encontrar una o varias respuestas. La polarización produce desorden, y éste conduce a la anomia social, a la sumisión de los poderes Judicial y Legislativo al Ejecutivo, al hecho de que jueces y magistrados y diputados y senadores decidan defender sus intereses y sujetarse al dictado de una voluntad única, porque pierden criterio, capacidad de razón, y se dejan inducir un miedo que únicamente es producto de la envidia del que manda, de sus carencias como ser humano, de sus derivaciones emocionales. Carece de toda empatía ante las necesidades de quienes lo encumbraron con su sufragio.
Además, y cedo la voz y la palabra a Irene Vallejo, “la mecánica del poder esconde inquietantes efectos secundarios. La historiadora y premio Pulitzer Barbara Tuchman escribió que la personalidad de los líderes propende a la vanidad y a veces degenera en narcisismo patológico. En su opinión, el mando produce ceguera, impidiendo pensar con mesura y razón. Intoxicados por las loas de los aduladores, los gobernantes corren el riesgo de caer en la obstinación y negarse a cambiar de rumbo. Y en ocasiones, jaleados (¿o no, Jesús?) por sus colaboradores incondicionales, se enrocan en su torreón o se lanzan a galopar hacia un imposible”.
Pienso ahora en que es muy posible que, por angas o mangas, lleguen a detenernos en los andenes del metro, y de pronto demos con nuestros huesos en casas de seguridad, si bien nos va, o en fosas clandestinas, y todo sucederá en público, ante los ojos sumisos de la sociedad. De los que están a nuestro lado, y ninguno se atreverá a decir esta boca es mía.
¿Han calibrado bien las consecuencias de la militarización? ¿El hecho de las detenciones por autoridad militar, sin la presencia de los responsables civiles del orden legal? Ya sabrán lo que se les viene encima.
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