NOEMÍ MUÑOZ CANTÚ (SemMéxico, Toluca, Estado de México). Mientras me traslado de un lugar a otro en el trabajo, escucho las noticias. Por lo regular siempre hablan de accidentes de autos o asaltos. Incluso el periodista celebra que la policía mate a algunas de las ratas en motocicleta. En estos días, el caso de Ángela, la adolescente que desapareció en Indios Verdes, tomó relevancia. Una madre entra al baño en un paradero y cuando salió su hija ya no estaba. A partir de ahí se hicieron bloqueos y se presionó a la policía para que la buscara.
Acto seguido aparece en Nezahualcóyotl en una bolsa y pidiendo auxilio, después la policía revisa las cámaras y asegura que no fue víctima de ningún delito, pues ella se resguardó con un colectivo.
Si esto le parece confuso, a mí también. Hemos llegado a un punto, donde como sociedad no creemos en las autoridades, mucho menos en la eficacia para resolver secuestros, trata, ataques, etc.
Este caso ha polarizado la opinión en las redes. Por un lado, están las personas que aseguran que es una treta más del gobierno para desacreditar las historias de las víctimas. Otros incluso opinan sobre María Ángela, sobre sus motivos e incluso se especula si solo fue un enojo con la mamá y puso todo de cabeza. Incluso la gobernadora de la Ciudad de México dice que es para sabotear a su gobierno.
Aunado a esto, la Fiscalía asegura que ninguna red de trata se encuentra en el paradero más grande de la ciudad. Aseguran que no se ha reportado ninguna desaparición, pero ¿adivine qué? Hay 51 carpetas abiertas por privación de la libertad.
Y cómo es que si se fue por su voluntad, apareció desnuda. ¿Por qué los comerciantes amedrentaron a los familiares que se manifestaron?
Por supuesto que en este momento se celebra que esté viva y quizá en una semana no recordaremos su nombre, porque es muy probable que sea otro el que nos preocupe.
Pero ante todo quiero subrayar la indolencia que está caracterizando a nuestra sociedad. La falta de sensibilidad al hablar o postear cualquier tipo de cosa sin pensar antes que podría ser una de nosotras o alguien de nuestra familia.
Con mucha ligereza se juzga a las mujeres que son violentadas. “Era una coqueta”, “claro, es una encapuchada feminista”, “se lo ganó por jodona”, “ojalá le hubieran hecho algo para que no ande asustando a lo tonto”.
Pero la mamá no se rindió, ni la gente que la buscaba, porque la indolencia también impera en quien nos protege. Todos los días sabemos que los policías están coludidos con los maleantes, pero también sabemos que la gente aunque vea lo que pasa, como que alguien levante a tu hija, no hace nada, porque no van a morir por una desconocida.
Se está volviendo una costumbre hacer RUIDO para que todo se mueva, para que todos volteen, para que la indolencia sucumba ante la petición de ayuda. Las madres y los padres se han convertido en investigadores, en buscadores, en peritos, porque no hay de otra. Últimamente, son ellas y ellos quienes no quitan el dedo del renglón para lograr encontrar a sus hijas, hijos o familiares. Porque también se ha hecho una costumbre que las víctimas se cuelguen solas, se metan a una cisterna o se suban a los autos por propia voluntad.
Tenemos que aprender una cosa, ante estas situaciones, juntos somos fuerza, tener una red de apoyo es fundamental en estos casos. Hacer ruido, bloquear parece ser la única manera, porque si te quedas callada todos hablarán por ti, incluso la Fiscalía.