SARA LOVERA* (SemMéxico, Ciudad de México). El carácter histórico de los ejércitos por naturaleza, es vertical, autoritario y patriarcal. Sucede igual con los ejércitos nacidos de una revolución social, como la nuestra. Fueron construidos para la guerra, cuya disciplina y capacidad de fuego hacen de sus integrantes exactamente lo contrario a la vida social desarmada, civil y democrática a la que aspiramos las feministas.
Las mujeres –desde hace casi 300 años- plantearon su arrojo frente al poderío masculino. Desde el siglo XVIII, su lucha reivindicativa y liberadora buscó deshacerse de los hierros que nos oprimen. Eso les hizo tener una visión pacifista. Nuestras ancestras dejaron testimonio evidente.
En abril de 1915, un año después del inicio de la primera Guerra Mundial, mil 136 mujeres procedentes de diferentes países europeos se reunieron en La Haya para expresar su rechazo al horror de la guerra que devastaba Europa en esos momentos. Ese encuentro fue el germen de la Liga Internacional de las Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF). Ahí nació la batalla por la desmilitarización.
Hoy, en todo el mundo, siguen trabajando local e internacionalmente contra la violencia patriarcal en todos los órdenes, denunciando los vínculos estrechos que existen entre masculinidades dominantes y militarismo. Por más de cien años, ese movimiento estrechamente vinculado con la defensa de otros derechos de las mujeres, como el del sufragio, ha evolucionado en paralelo con las luchas feministas.
Por ello extraña que las mujeres adheridas a la idea de la 4ª transformación, de orígenes muy diversos, algunas por años militando por la defensa de la democracia, contra la corrupción y el abuso de los grupos de poder, no tengan un ápice de crítica y conciencia de lo que sucede en México.
Convencidas de que no se fomenta ni se da poder al Ejército para reprimir, “como antes”, diría el presidente Andrés Manuel López Obrador, son incapaces de vislumbrar lo que significa que las Fuerzas Armadas concentren el otro poderío: el económico, fuente de la explotación contra hombres y mujeres, donde anida la acumulación y el autoritarismo patriarcal.
Las revelaciones del grupo Guacamaya Leaks -tras hackear documentos de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA)- ha puesto en claro qué significa el poder militar, propiciado por el gobierno, justificando su incapacidad para parar la violencia criminal y “lo de antes”.
Según las informaciones, la SEDENA ha operado espionajes a periodistas, cataloga a diversos grupos feministas como “peligrosos” y enemigos de la propuesta política en el poder. Se dice que es “inteligencia”, pero si así fuera, no pierde su carácter de supremacía masculina. Repetir este argumento refuerza la política antimujeres libertarias y feministas de este gobierno.
Extraña la adhesión acrítica de la mayoría de las gobernadoras del país, provenientes de Morena, como las contundentes declaraciones de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, sobre las fuerzas armadas como protectoras “del pueblo”, que calan por su contradicción intrínseca. Ella y otras mujeres de poder en esta administración, con el silencio y sujeción de las legisladoras morenistas, alegremente declaradas “feministas”, están favoreciendo, sin conciencia, la naturalización de la narrativa castrense, patriarcal y dominadora, con el argumento vacío de la lucha contra el conservadurismo.
Me asusta que se renuncie a la dizque formación de “izquierda” de muchas, que en momentos críticos se aliaron a la agenda feminista: opuestas a la violencia contra las mujeres. Más me asusta que ese hackeo esté mostrando una liga de algunos militares con la venta de equipo táctico, armas y granadas a los criminales. Veremos…
*Periodista. Directora del portal informativo SemMéxico.mx