*Los que hoy propician que las botas de los milites saquen chispas en el pavimento de nuestras calles y rayen la madera de los pisos de Palacio Nacional, no han vivido en Nicaragua, Perú, Chile, Venezuela, o Colombia, cuando los extraditables impusieron condiciones de gobierno y de vida
GREGORIO ORTEGA MOLINA. La capacidad de los mexicanos para eludir su responsabilidad es proverbial, basta recordar la barra cómica de El Canal de las Estrellas. Héctor Suárez, Derbez, La Güereja, por mencionar algunos, interpretaron personajes que anunciaron, con creces, la irresponsabilidad de quienes hoy mangonean desde el Ejecutivo.
Ahora resulta que hemos de reconocer el ingenio publicitario y propagandístico de uno a varios de los elementos que trabajan para los barones de la droga, los verdaderos, los que viven la crisis y la violencia desde sus pent-house en Miami o Nueva York o París. Los que aquí dan la cara y se manchan las manos de sangre y propician las inolvidables declaraciones presidenciales, sólo son operarios de segundo orden. Por algo Rafael Caro Quintero deja de ser extraditable.
Regreso, pues resulta que la violencia que azoló ciudades de Michoacán, Guanajuato, Chihuahua y Baja California; la cauda de muerte y pérdidas materiales, es pura propaganda narca para empañar el éxito de la política de muchos abrazos vs. cero balazos.
¿Qué opinan las familias de los asesinados, de los que perdieron bienes materiales, de todos aquellos que saben, porque lo sufrieron, que entramos a una espiral de violencia casi imparable, que crecerá en la medida que aspiran a militarizar todo ese territorio en el que la voluntad de los sicarios y patrones es la ley, y la autoridad legal hace como que gobierna?
Debemos comprar la certeza que el supremo gobierno nos vende. Salieron a matar, crear caos, simular terrorismo, destruir, como exclusiva propaganda para desacreditar al gobierno de la 4T.
Nada importa que no sepamos, en realidad, quienes ordenaron la masacre de tantos integrantes de la familia Lebaron, o la muerte de esos dos jesuitas que se inmiscuyeron en asuntos que no eran de su incumbencia, con tal de salvar almas y aliviar los dolores propiciados por lo peor de los poderes terrenales. Las lecciones de la historia indican lo que ocurre al eludir las consecuencias civiles y militarizar, para que los soldados, que son pueblo, asuman la responsabilidad de tanta muerte.
Los que hoy propician que las botas de los milites saquen chispas en el pavimento de nuestras calles y rayen la madera de los pisos de Palacio Nacional, no han vivido en Nicaragua, Perú, Chile, Venezuela, o Colombia, cuando los extraditables impusieron condiciones de gobierno y de vida.
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