DULCE MARÍA SAURI RIANCHO* (SemMéxico, Mérida, Yucatán). En unos días vendrá septiembre con su tradicional expectativa acerca de los huracanes. No es gratuito que en Yucatán se sienta la amenaza en el noveno mes del año, pues los más fuertes ciclones azotaron justamente el 14 (“Gilberto”) y 22 (“Isidoro”), de 1988 y 2002 respectivamente.
Hace 15 años que la furia brutal de este fenómeno de la naturaleza no golpea frontalmente al estado. Con cierta zozobra pero con esperanza de que la naturaleza nos perdone un año más, empezamos el mes Patrio. Pero hay otras tormentas que amenazan nuestra convivencia presente y sobre todo, el futuro. Silenciosas pero mortíferas, contra las cuales no hay centro meteorológico que avise a la sociedad de su trayectoria e impacto, ni tampoco alerta sobre la protección de sus inminentes daños.
Me refiero específicamente a la salud y a la educación del grupo de edad más vulnerable: la infancia. En 2020 nacieron más de 1.6 millones de niñas y niños, 22 por ciento menos que en 2019. Sin embargo, aun siendo menor el número de nacimientos, la tasa de vacunación en el primer año de vida disminuyó drásticamente. La vacuna hexavalente, neumocócica, anti- rotavirus y anti- influenza, junto con la BCG y la de anti-hepatitis B que forman parte del cuadro de vacunación para las y los menores de un año de edad, sufrió un descenso significativo en su cobertura. Una vez más, la pandemia del Covid es razón y pretexto de las autoridades de Salud para intentar explicar el grave retroceso en el programa nacional de Vacunación Universal.
No vacunar a tiempo deja a las y los menores en situación de riesgo al quedar vulnerables ante cualquier enfermedad, incluso aquellas que se daban por erradicadas, como el sarampión y la poliomielitis. Las deficiencias en las políticas de vacunación infantil no pueden cubrirse bajo el manto de la “pobreza franciscana” que esgrime el actual gobierno federal cuando se le acusa de haber reducido presupuestos en distintas áreas. La tormenta se está incubando desde las oficinas de Acapulco (nueva sede de la secretaría de Salud) sin hacer caso de las voces de denuncia que desde la academia y de organizaciones de la sociedad se han levantado para alertar de este grave riesgo.
El otro huracán en ciernes se está gestando en la educación de la niñez y juventud que cursa desde el prescolar hasta la secundaria, es decir, el nivel básico. La atención ha estado concentrada en los cambios de titular de la secretaría del ramo —tercero desde 2019— y en la inminente puesta en marcha del “Acuerdo por el que se establece el Plan de Estudios para la Educación Preescolar, Primaria y Secundaria”, publicado en el Diario Oficial de la Federación el pasado 14.
A ciencia cierta poco se sabe de los cambios concretos que se aplicarán al sistema educativo nacional, cuya rectoría corresponde a la SEP, tal como señala la Constitución. De lo poco que he podido capturar en las acaloradas discusiones de especialistas, es que el eje se desplaza de la niña y del niño hacia la comunidad; esto es, para dejar atrás “una visión instrumental centrada en la aplicación de estándares curriculares homogeneizantes y descontextualizados” como la que se aplicó en los últimos 30 años.
En consecuencia, —dice— “se requiere un cambio de paradigmas para contar con un Plan de Estudio para la educación preescolar, primaria y secundaria que incluya: 1. La integración curricular de los contenidos en cuatro campos formativos y siete ejes articuladores; 2. La autonomía profesional del magisterio para contextualizar los contenidos del currículo nacional de acuerdo con las necesidades formativas de las y los estudiantes; 3. La comunidad como el núcleo integrador de los procesos de enseñanza y aprendizaje, así como la relación de la escuela con la sociedad, y 4. El derecho humano a la educación de las y los estudiantes en tanto sujetos de la educación”.
En parte alguna de este Acuerdo rector, se menciona la pertenencia a una comunidad global, mucho menos que quienes se estarán formando en las aulas mexicanas competirán por los trabajos y los ingresos laborales con otras y otros jóvenes provenientes de lugares tan distantes geográficamente como India y Japón. Me quiero detener brevemente en este país. Ambos pueblos compartimos el orgullo por nuestras raíces culturales, hemos vivido sufrimiento y despojo como consecuencias de guerras y en el caso del país nipón, es hasta la fecha la única nación del mundo que ha perdido centenares de miles de habitantes en los ataques nucleares de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. Devastado y empobrecido, Japón resurgió de sus cenizas en la segunda mitad del siglo XX.
Sus problemas geopolíticos son conocidos: tensiones con su cada vez más poderoso vecino China, competencia tecnológica intensa en la región Asia-Pacífico y una población que tiende a envejecer rápidamente. Este es el contexto del anuncio de un programa educativo ambicioso, titulado “Cambio valiente”, que pretende mezclar la cultura tradicional con la vanguardia en la innovación científica y tecnológica. Japón aspira a transformar a su niñez y juventud en ciudadanas y ciudadanos del mundo a través de cinco aprendizajes fundamentales: Aritmética de Negocios; Lectura (la meta, un libro por semana, 52 libros por año); Civismo para educar en el respeto a la ley, al medio ambiente; Computación, como una herramienta fundamental para el trabajo y por último, idiomas: japonés, desde luego; Latino (castellano, portugués), Inglés, Alemán, Chino, Árabe. Aprenderán cuatro distintos alfabetos, además de la cultura y civilización de los pueblos que los hablan. Serán 12 años, esto es, en la primavera de 2034 saldrá de las aulas la primera generación formada con esta visión y compromiso.
En tanto, México ni siquiera se ha planteado una política integral de remediación (reparación) del enorme daño que ha dejado a millones de escolares la pandemia del Covid. Esperaba que las autoridades educativas iniciaran acciones tendientes a nivelar los conocimientos y capacidades después de haber sufrido las deficiencias de la educación a distancia. Nada de eso ha sucedido. Sin suficientes vacunas, sin una educación que les permita participar en un mundo globalizado, ¿cuáles serán las oportunidades de realización de las generaciones más jóvenes?
No hay camino más perverso para profundizar la brecha de desigualdad que una política educativa errada, desfasada de una realidad tecnológica y científica que nos invade y anuncia exclusiones futuras de personas, comunidades y países. Contra las fuerzas de la naturaleza podemos protegernos y ponernos a salvo mientras pasa su furia. Contra el sectarismo, radicalismo e ignorancia de las autoridades responsables, ¿qué nos queda? Hay mucho por hacer hacia 2024.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán