SARA LOVERA* (SemMéxico, Ciudad de México). Desde los años 70 las feministas apostamos a cambios profundos: democracia en la familia, no sólo castigar a los agresores, procurar el cambio cultural y de pensamiento para abatir el machismo y el uso indiscriminado de la violencia en todos los espacios. Sabíamos muy bien que era inevitable que el ambiente violento afectaría dramáticamente a las mujeres; o sea, a más de la mitad de la población.
Sin trabajar por esos cambios deseados en las relaciones sociales, todas, todas las mujeres íbamos a quedar sometidas a una espiral de agravios, donde quiera que viviéramos o nos desarrolláramos, y seríamos inevitablemente el receptáculo de la lucha violenta entre hombres por el poder.
En aquellos años todavía no sabíamos nombrar ni conceptualizar al feminicidio como el extremo de la violencia contra las mujeres.
En estos días constatamos que el país está bañado en sangre, con actos de violencia y masacres que impactan en cada comunidad, casa, escuela, trabajo, y que ahí estamos las mujeres. No se da entre bandas o cárteles; sucede en cada recodo del camino y —por tanto— en cada sitio donde las mujeres estamos. Hay una ficción en la que insiste el oficialismo: disminuyó el feminicidio, porque mañosamente manipula los datos. A cambio, está en el abandono toda política de prevención.
El sábado pasado, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) reveló que los asesinatos de mujeres en el país durante mayo marcaron un récord, con 621, un máximo histórico. Se trata de 272 víctimas de homicidios dolosos y 349 homicidios culposos. No se sumaron 385 asesinatos considerados feminicidio.
Esta narrativa engaña y no coloca el problema y la desgracia en su justa dimensión. Ya estamos en ese escenario que temíamos. El “avance de las mujeres”, por su participación creciente, en todas las actividades sociales, nos ha colocado en una situación de alto peligro. El Estado está rebasado, el gobierno sin respuestas y la sociedad cada vez más dividida y expuesta en todos los rincones del país. Es suficiente leer los reportes, informes y noticias.
Somos asesinadas en medio de los “enfrentamientos”, de las riñas familiares, comunitarias, de los cárteles, de las masacres, de los robos, los secuestros, las balaceras, en medio de una cotidianidad criminal que rebasa toda interpretación. ¿Dónde se declara feminicidio y dónde el asesinato que se califica de doloso o culposo? Un enredo que conviene a quienes son responsables de actuar y que ofrecieron que entraríamos a una época de recuperación de la paz. Encima, un sistema de justicia hecho pedazos.
Pero ahí están las cifras. Por ejemplo, el SESNSP en el detalle dice que desde el inicio de la pandemia, la violencia familiar aumentó en la Ciudad de México, la cual hoy liderea al conteo a nivel nacional en lo que va de 2022. Pero se disparó en 41 por ciento entre 2020 y 2022.
De abril a mayo, las víctimas mujeres de homicidio doloso aumentaron 21.4 por ciento, al pasar de 224 a 272 en números absolutos. En los primeros cinco meses de 2022 sumaron un total de 3 mil 105 asesinatos de mujeres, considerando homicidios culposos y asesinatos dolosos, más 385 feminicidios. O sea, no hay previsión, no hay recursos para los refugios y disminuyó al mínimo la tarea de prevención. Las autoridades mienten sistemáticamente. Veremos…
*Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx