TEXTOS EN LIBERTAD/ Cuando el lenguaje se vuelve noticia (III/III)

JOSÉ ANTONIO ASPIROS VILLAGÓMEZ.  Iniciamos esta serie sobre la lengua española vuelta noticia, luego que a finales de mayo fue cancelada por el gobierno de Nicaragua la personalidad jurídica de la Academia Nicaragüense de la Lengua (ANL), fundada en 1928 y dirigida en este 2022 por Pedro Xavier Solís Cuadra.

Un año antes de su fundación, el patriota nicaragüense Augusto Nicolás Calderón Sandino, ​ más conocido como Augusto César Sandino y cuya casa-museo en Masaya conocimos en 1980, había emprendido la resistencia contra el ejército estadounidense que ocupaba su país desde 1912.

El 31 de mayo último, cuando fue disuelta la ANL, la Academia Mexicana de la Lengua (AML) expresó “su más enérgico rechazo” a esa medida y expresó “su solidaridad con los escritores, lingüistas, intelectuales, filólogos y filósofos que forman parte de nuestra Academia hermana”, así como “su repudio por este acto que afecta gravemente la libertad del pueblo nicaragüense».

Hizo este pronunciamiento desde su sede de Donceles # 66, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, bautizada como “draculesco caserón” por el más fuerte crítico que han tenido en México las Academias, el periodista Raúl Prieto, ‘Nikito Nipongo’ (1918-2003), quien también llamó “malinche” a la AML porque, “siendo institución de una república, llega al extremo de adoptar como su escudo el mismo de la Real Academia Española” con todo y su lema “limpia, fija y da esplendor”, como ciertamente se puede apreciar en la cantera de su fachada.

Pero no siempre fue esa la sede de la AML. Este año se cumple una década de que la institución inició los planes para tener otra, amplia y moderna, en la alcaldía Coyoacán, sólo que no contó con las trabas burocráticas que se lo iban a impedir.

En esos diez años, los sucesivos directores de la AML, Jaime Mario Labastida Ochoa (2011-2019) y Gonzalo Celorio Blasco (2019 a la fecha), se enfrentaron a un sinfín de requisitos oficiales, a los legítimos intereses de los vecinos, demoras por unos hallazgos arqueológicos y hasta una clausura temporal por un mal entendido, que los llevaron a modificar el proyecto.

La Academia Mexicana de la Lengua se fundó en 1875 en la casa de su primer bibliotecario y segundo director, Alejandro Arango y Escandón, situada en la antigua calle de Medinas número 6 (hoy República de Cuba número 86), en la Ciudad de México.

De acuerdo con datos de Virginia Bautista, reportera de Excélsior (6-V-2020), la Academia ha tenido su sede, además de Donceles (1957 a 2002), en la calle de Liverpool, colonia Juárez, y en Iztaccíhuatl, colonia Florida (ahí se hacinó la biblioteca), para regresar a Donceles a finales de 2020 o principios de 2021 luego de un litigio por la falta de pago de rentas con la Editorial Jus, a la que había alquilado el inmueble.

Son importantes estos datos, porque en 2012 el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta, hoy Secretaría de Cultura), dirigido entonces por Consuelo Sáizar, donó a la AML cien millones de pesos para adquirir un predio, y la Academia eligió, con el auxilio de corredores de bienes raíces, el de Francisco Sosa 440, en Coyoacán, que había sido del ‘Apóstol del Árbol’, Miguel Ángel de Quevedo, y luego de sus descendientes de apellidos Aguilar y Quevedo y Aguilar Zínzer.

Conocimos ese lugar en 1985 por razones particulares, dentro de un bosque llamado ‘Arboretum Miguel Ángel de Quevedo’, regado con las aguas del río Magdalena y cerca de cuya entrada estaba la finca donde fuimos atendidos. El predio tiene cerca de once mil metros cuadrados, dice una información de Notimex, del 23-X-2012.

También menciona que cuando la directora del Conaculta conoció la precariedad y lo inoperable del lugar donde tenía la Academia su biblioteca, tomó la decisión de dotarla de una sede decorosa. Resuelto el tema del predio frente a la que fue residencia del ex presidente Miguel de la Madrid, faltaba resolver el de los permisos y el presupuesto para construir.

Jaime Labastida, director entonces de la institución, puso en marcha un proyecto que primero consideró un estudio a cargo del Instituto de Biología de la UNAM, para determinar el impacto ecológico y ambiental, y estimó que la concurrencia diaria a las que serían sus instalaciones, llegaría a cuando mucho unas 20 personas al día, las dedicadas principalmente a la investigación y la consulta.

Primero Labastida y luego Celorio, han vivido desde entonces un vía crucis por los muchos trámites sin avanzar ante las autoridades de la hoy alcaldía Coyoacán, el Gobierno de la Ciudad de México y los institutos de Antropología y Bellas Artes, para conseguir los respectivos permisos, el cambio de uso de suelo (habitacional en la zona), la licencia de construcción, la manifestación de impacto ambiental y la anuencia de los vecinos, con quienes se celebraron reuniones.

Ello, porque el proyecto completo incluía oficinas, auditorio, biblioteca y un museo, lo cual suponía un flujo mayor de personas en una calle estrecha como lo es Francisco Sosa, donde según nos contó alguna vez un vecino del lugar, el secretario de la Scudería Hermanos Rodríguez, Carlos Jalife, a principios del siglo XX era una vía muy transitada por donde pasaba el tranvía.

En 2014 el director de la AML, Labastida Ochoa, dijo a Judith Amador, de la revista Proceso (#1961, 1-VI-14) que el gobierno estaba obligado por un acuerdo del Senado, a darle facilidades a la Academia “para disponer de una sede propia y allegarle recursos suficientes para su trabajo”, ya que México había suscrito un compromiso al respecto, aprobado durante el Tercer Congreso de Academias de la Lengua, celebrado en Bogotá, Colombia, en 1960.

Con base en ello, la Secretaría de Educación Pública tendría que aportar los 135 millones de pesos que era el costo del proyecto arquitectónico, aumentado a 148 millones después, por la inflación. La primera parcialidad para edificar la que también se ha denominado Casa de la Palabra, fue entregada en 2013. Aunque se han hecho diversas erogaciones en trabajos accesorios, parte del dinero no fue adjudicado y se devolvió.

En 2019 la construcción estaba “detenida y sin recursos”, publicó entonces Virginia Bautista en Excélsior (24-VI-19). Inclusive las autoridades le pusieron de manera indebida sellos de clausura, porque confundieron la obra que todavía carecía de permisos y estaba detenida, con los trabajos iniciados en 2017 por los arqueólogos y pagados por la AML tras los hallazgos prehispánicos en el predio.

El entonces ya director, Gonzalo Celorio, llamó “novela kafkiana” a los “engorrosos” e interminables requisitos para la construcción. “Estoy harto y molesto”, habría dicho previamente su antecesor, Labastida.

La Academia Mexicana de la Lengua volvió en 2020 a su sede de Donceles 66, luego de recuperarla al terminar el litigo que duró siete años con la Editorial Jus, empresa creada por el fundador del PAN y rector de la UNAM Manuel Gómez Morín, y de la que fueron directores la citada Consuelo Sáizar y Juan Landerreche Obregón, un político con quien colaboró este tecleador en 1961.

La biblioteca con 55 mil volúmenes, que para entonces estaba en una bodega de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, fue trasladada al viejo inmueble de Donceles, en cuya adaptación debió intervenir nuevamente el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Entre tanto, el predio de Francisco Sosa sigue pendiente. “Tengo otros planes para este lugar”, le dijo Celorio a la reportera de Excélsior cuando los académicos trabajaban desde su casa debido a la pandemia.

Parece que Mefistófeles tiene algo que ver con las demoras. Una estatua de tal demonio estuvo en ese predio cuando vivió allí el licenciado Adolfo Aguilar y de Quevedo (ver sites.google.com) y se robaba las joyas y las llaves de puertas y automóviles. En una noche de tormenta él y su esposa vieron la estatua al pie de su cama, con los objetos perdidos en sus manos. Regalaron la figura y la casa donde  fue a parar, se incendió y murieron sus habitantes.

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