DULCE MARÍA SAURI RIANCHO (SemMéxico. Mérida, Yucatán). “Mujeres empoderadas”, “empoderarnos”, son expresiones que han adquirido carta de naturalización en la lucha por la reivindicación de los derechos del género femenino.
“Adquirir poder” es el significado de este anglicismo que describe un proceso indispensable para romper los lazos de subordinación histórica que la cultura nos había impuesto.
El punto de partida de esta libertad es la independencia económica. Disponer del dinero y los medios necesarios para decidir cuestiones de la vida cotidiana, tales como comprar en el mercado y adquirir un par de zapatos, sin tener que “pedir permiso”.
Es cierto que las costumbres siguen manteniendo ese yugo sobre millones de mujeres sin ingresos propios, pero hasta el siglo pasado en las leyes existían disposiciones expresas que impedían a las mujeres heredar o si lo hacían, disponer de sus bienes. Esta prolija introducción es para comentarles, amigos lectores, la importancia de los resultados de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF) 2021 que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) presentó hace unos días.
En su tercera edición —comenzó a levantarse en 2015—, la ENIF investiga sobre el acceso y uso de servicios financieros formales —bancos, créditos, seguros—, así como su conocimiento y utilización por parte de la población mayor de 18 años. En esta ocasión, el Inegi puso énfasis en averiguar cómo la pandemia del Covid afectó a las personas en sus hábitos y costumbres financieras y las distintas formas para lidiar con sus consecuencias.
La información de la ENIF se presenta por sexo, es decir, se puede comparar fácilmente la situación de mujeres y hombres y notar las diferencias en su comportamiento. Por eso la ENIF revela mucho sobre el empoderamiento económico de las mujeres mexicanas, porque la posibilidad de tener una cuenta de ahorro propia, una tarjeta de crédito o de alguna tienda departamental propia o una cuenta de ahorro para el retiro (Afore) se vuelve la diferencia entre estar pidiendo o disponer con libertad de esos recursos. Pero también indican actividad económica remunerada que realizan las mujeres, lo que les permite —o demanda— tener relación con el sistema financiero formal. Resalto esto último, porque las mujeres en su vulnerabilidad económica, han desarrollado una serie de mecanismos informales para ahorrar y disponer de recursos que les permitan comprar algo o hacer un gasto que de otra manera les sería inaccesible. Son las famosas mutualistas o “tandas” que algunas veces acaban de mala manera, cuando se esfuma el dinero ahorrado a cuenta gotas.
No es sorpresa que la ENIF revele que las mujeres tienen menos acceso a los servicios financieros que los hombres (61.9% vs 74.3%), pero sí lo es la disminución de la participación femenina entre 2018 y 2021, en tanto que la de los hombres aumentó ligeramente. Esa es la situación nacional, pero cuando la observamos por regiones, el golpe más severo se registró en el sur del país (Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Tabasco y los tres estados peninsulares), aunque las mujeres lo resistieron más intensamente (de 68.4% en 2018 a 57.7% en 2021), en tanto que la población masculina tuvo incluso un ligero incremento.
Por tamaño de localidad de residencia, las mujeres rurales (menos de 15,000 habitantes) sufrieron una importante caída (de 58% a 48.9%), en tanto que aumentó la participación de los hombres en formas significativa.
La tiranía del espacio me impide continuar con el análisis de esta valiosa información. Me limito a añadir que en el apartado Tenencia de Seguro, la ENIF registra una importante pérdida de población femenina.
¿Por qué ese retroceso de la participación de las mujeres en los servicios financieros formales? Adelanto posibles explicaciones. La primera, conocida y documentada en otros ámbitos de investigación y análisis, proviene de la pandemia, que afectó principalmente a las mujeres con actividad económica remunerada.
¡Cuántas tuvieron que renunciar y quedarse en casa a atender a la familia durante el confinamiento, aún con trabajo a distancia!, incluso las mujeres con negocios informales resistieron los cierres generales que hubo durante largos meses.
No ha habido hasta la fecha ningún programa que atienda específicamente la contingencia económica que vivieron las mujeres. Claro que para hacerlo el gobierno tendría que revisar sus pésimas decisiones de cerrar las escuelas de tiempo completo, las estancias infantiles, etc.
La llamada de atención de la ENIF es más intensa en el caso de las mujeres rurales. Ellas perdieron Prospera, que les transfería mensualmente apoyos para alimentación, becas para las y los niños que ellas administraban.
Además, la desaparición del Seguro Popular también las afectó financieramente. La información disponible no me permite afirmarlo, pero es necesario considerar esta situación como otra posible consecuencia de su desaparición.
El peso de las políticas públicas se nota claramente en el incremento de los hombres con cuenta de ahorro. Es posible que programas públicos de fuerte contenido masculino, como Sembrando Vida o Precios de Garantía, haya aumentado la necesidad de disponer de una cuenta para recibir los apoyos. Hay entonces luz roja sobre estas políticas públicas, carentes en absoluto de perspectiva de género.
Mientras las mujeres no gocen de autonomía económica, el ejercicio de sus derechos estará en riesgo. La ENIF ayuda a visualizar procesos que deben ser corregidos y atajados, antes de que se profundicen las brechas de desigualdad.
Colofón. Tienta pronunciarse sobre las iniciativas en materia político-electoral. Las estudio y espero en breve comentarlas con ustedes, amigos lectores.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán