EL DEDO EN LA LLAGA/ Nada que celebrar 8M

ADRIANA DELGADO RUIZ (El Heraldo de México). Mientras más nos empoderamos, más encontramos la muerte. Todavía hoy, tras décadas enteras de lucha, las mujeres tenemos que esforzarnos el doble para obtener la mitad. Se nos juzga por la pareja escogida, por la edad en que nos casamos o el número de hijos que tenemos, por aspirar a mejores posiciones y un salario justo.

En México, únicamente el 7.5 por ciento de las personas integrantes de consejos directivos en la iniciativa privada son mujeres y solo el 14.6 por ciento de esos negocios tienen a una mujer en la posición directiva más alta, de acuerdo con el estudio Igualdad de Género en el Sector Privado: Una Mirada a las Empresas Mexicanas, de ONU-Mujeres y organismos empresariales mexicanos.

La participación económica de las mujeres mexicanas es una de las más bajas en América Latina: 43 por ciento de quienes tenemos edad de trabajar, frente al 75 por ciento de los varones en esa situación. El Instituto Mexicano para la Competitividad documenta que, en general, una mujer gana 18.8 por ciento menos que un hombre por realizar el mismo trabajo.

La pandemia, usando una célebre frase de Charles Dickens, “era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos” porque mantuvo a muchas en casa, tiempo completo al cuidado de su familia, pero también significó muchos pasos atrás en empleo y desarrollo personal. 42 de cada 100 mujeres que tienen un empleo, no superan el salario mínimo.

Aún hay empresas, como Ternium, que discriminan a sus empleadas y tras un accidente producto de la falta de medidas de seguridad industrial y el servicio médico correcto, su CEO se limita a cuestionar: “¿y tú qué hacías ahí? Mientras, la Secretaría del Trabajo, dirigida por una mujer, no hace las verificaciones rigurosas.

Más allá de la protesta y las manifestaciones, nos falta unidad y sororidad real frente a la discriminación y la violencia de todo tipo. Diez mujeres son asesinadas diariamente en razón de su género, y la impunidad sigue imperando aun cuando el sistema de procuración de justicia no está tan falto de elementos femeninos como parece. En cifras oficiales, el 49.7 por ciento de todos los agentes y fiscales del Ministerio Público que hay en el país son mujeres, es decir, prácticamente la mitad. El número es muy revelador porque nos dice que el asunto de la paridad es importante, pero está muy lejos de ser suficiente para erradicar toda una cultura de discriminación, violencia y revictimización.

Un detalle que ayuda a entender que una investigación puede ser omisa en perspectiva de género desde su origen está en el trabajo de campo al atender un delito: de todos los policías ministeriales e investigadores judiciales en México, solo el 17.1 por ciento son mujeres y el 89.9 hombres. ¿Cuántos de ellos estarán verdaderamente capacitados y entrenados para hacer las indagaciones sobre un feminicidio o un acto de violencia contra una mujer con el enfoque correcto?

En cuanto a jueces y magistrados, la paridad también dice mucho al respecto: a nivel federal 77.6 por ciento son hombres y 22.4 mujeres.

Las políticas públicas deben ir mucho más allá de la imagen. Hoy, cuatro de los 11 ministros de la Suprema Corte son mujeres. Ocho de las 19 secretarías de Estado también tienen una titular. Como nunca antes, siete de las 32 entidades federativas tienen una gobernadora, que en porcentaje significan el 21.88. En los municipios la proporción es todavía más baja: solo el 23 por ciento son alcaldesas, aunque a nivel de síndicos sí son el 58.1 por ciento.

Pero todo eso sigue sin traducirse en erradicación de la violencia y la discriminación, ni en mejores oportunidades reales para las mujeres de a pie. No, no hay nada que celebrar.

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