*Si los barones del dinero creen que sus fortunas los mantienen a salvo, están equivocados. El oficio de mandar con tamaño poder es insaciable, y lo mismo devora a propios que extraños
GREGORIO ORTEGA MOLINA. La condición humana de los poseedores de poder varía. Si es total, o parcial, pero sobre todo cuando de una u otra manera se empeñan en conservarlo como si en ello les fuera la vida, y la de los gobernados entrara en pausa, más que en calidad de suspendida.
A mi tardía lectura de La rebelión de las masas de Ortega Y Gasset, debe corresponder la de Masa y poder, de Elías Canetti, aunque en el trayecto me tropecé con La conciencia de las palabras, de imprescindible lectura si deseamos comprender al enfermo al que garantizamos el mando constitucional en las urnas electorales hace poco más de tres años. Somos corresponsables de lo que hoy sufrimos, y nos falta por padecer.
Sostiene Canetti lo que tenemos enfrente y nos negamos a ver: “Pues la auténtica intención del verdadero poderoso es tan grotesca como increíble: quiere ser el único. Quiere sobrevivir a todos para que ninguno le sobreviva. Quiere escapar a la muerte a cualquier precio, y por eso no debe haber nadie, absolutamente nadie, que pueda darle muerte. Mientras haya hombres, cualesquiera que sean, no se sentirá seguro…”
¿Necesitamos mayor explicación a lo que nos sucede? Allí están las sinrazones del manejo administrativo y clínico de la pandemia, y también las del desabasto de medicamentos, incluido el de los tratamientos de los niños que padecen cáncer; allí están también las falsas justificaciones para que el sistema de protección a periodistas y defensores del medio ambiente y derechos humanos, sea una vacilada. Los asesinan porque no otorgan recursos suficientes para la defensa física de tanto amenazado.
Ahora puede quedarnos claro por qué no le interesa invertir recursos en establecer la identidad de los despojos humanos encontrados en las fosas clandestinas, o los aciertos extra lógicos de su “perdón” a Ovidio y de la necesidad de estrechar la mano y ver a los ojos a la señora María Consuelo Loera Pérez. Son gestos de autoridad que han de cumplirse, sin importar el peso descargado sobre los hombros de los gobernados.
Si los barones del dinero creen que sus fortunas los mantienen a salvo, están equivocados. El oficio de mandar con tamaño poder es insaciable, y lo mismo devora a propios que extraños.
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