*La única realidad es que desconocemos, con exactitud, lo que los miembros de las Fuerzas Armadas con capacidad de decisión para modificar el destino de México, piensan de lo que hoy sucede, y tampoco sabemos cuáles creen que son sus merecimientos y sus responsabilidades para con el Estado y la patria. La respuesta no está en el discurso oficial
GREGORIO ORTEGA MOLINA. En principio -como miembros de una misma familia, o ciudad, o patria- partimos del supuesto de compartir objetivos, buscar oportunidades para todos, pero en algún momento y de acuerdo con la formación hogareña o debido a la diversidad de la instrucción pública, los intereses dejan de ser comunes, destaca lo personal y particular, e interviene, con prioridad, la condición humana: envidia, rencor, debilidades. Lo que se creyó compartir resulta ser lo que divide.
Imposible determinar el momento en que las profesiones o la satisfacción prioritaria de ciertas necesidades son elegidas por quienes las practicarán o disfrutarán, con la idea de que eso es vivir, ese es su camino.
Los padres predican con el ejemplo: hijos e hijas de médicos, doctoras, abogadas, actrices, querrán emular a sus progenitores, pero otros optan por caminos totalmente divergentes para ser o, al menos, esforzarse en ser. No necesariamente destacarán, y la mayoría se diluye en el olvido en que concluyen las exequias, incluso antes de la cremación o la sepultura. Ignorar que alguien existe es norma, de la misma manera que experimentas tu propia existencia en la necesaria alteridad. Si no hay conversación, ¿dónde están los referentes?
En las Fuerzas Armadas, entre los marinos y los soldados, esa alteridad es condición exigida para el orden, porque sin obediencia no hay mando, incluso para eludir crímenes de guerra o de lesa humanidad. Sólo obedecí.
Entre los miembros de las Fuerzas Armadas hay integrantes de diversas profesiones: médicos, ingenieros, contadores, administradores, arquitectos… y políticos, pero que no piensan ni actúan como lo hacen sus colegas formados en las instituciones educativas de los civiles.
¿En qué momento, cómo y por qué se establecen las diferencias de actitud, métodos, ética, objetivos y anhelos? ¿Es distinta la idea de patria adquirida por los soldados y marinos, a la de los que no soportaríamos vivir con el rigor de esas disciplinas?
Imposible no darle vueltas al tema. Somos mexicanos, pero diferentes entre unos y otros, diversos, distintos, aunque nunca ajenos al conocimiento de que tenemos idénticos problemas. ¿Siempre coincidiremos en la necesidad de resolverlos de acuerdo a la Constitución y la ley, o ellos -en algún punto- decidirían elegir la fuerza de las armas?
¿Hay coincidencias absolutas entre generales y doctorados? ¿Entre almirantes y maestros? He tenido y tengo amigos de cuatro estrellas, algunos admirables por su inteligencia y su pasión por México, pero en algún momento su moral y ética y disciplina, establecen sutiles diferencias con el proceder de los civiles.
La única realidad es que desconocemos, con exactitud, lo que los miembros de las Fuerzas Armadas con capacidad de decisión para modificar el destino de México, piensan de lo que hoy sucede, y tampoco sabemos cuáles creen que son sus merecimientos y sus responsabilidades para con el Estado y la patria. La respuesta no está en el discurso oficial.
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