YANETH ANGÉLICA TAMAYO ÁVALOS (SemMéxico, Querétaro, Querétaro). A propósito del 14 de febrero, mes en el que el amor romántico se externa con mayor fuerza en las personas, me parece idóneo hablar de las situaciones que envuelven a las mujeres en ese amor y cuidado, al cual naturalmente se encuentran ligadas y se mantienen cautivas.
Anhelando un amor imaginario de lo que se supone debería ser el amor. Obteniendo por lo contrario una variedad de desamores que, en ocasiones se traducen en violencia, dominación e intimidación.
Lo que me hace recordar al filósofo John Stuart Mill, cuando mencionaba que las mujeres se encontraban en una clase de sometimiento instruido, en donde sus opresores poseían sus servicios y obediencia, pero estos, además buscaban sus sentimientos de tal forma que, estas dejaran de ser esclavas forzadas para convertirse en esclavas voluntarias.
Estas mujeres renunciaban por completo así mismas, para vivir solo del vínculo afectivo de hombres con quienes se sentían unidas, estos eran sus esposos, amantes, padres o hijos. Este vínculo irreductible entre sus opresores y ellas les hacía creer que el amor era el único camino para el que nacieron.
Los anteriores argumentos escandalizaron a la sociedad del siglo XVIII y fueron rechazados, por considerar que las restricciones a los derechos de las mujeres eran un sacrificio de amor que estas debían hacer en favor del bienestar general.
Pero aún cuando las mujeres, a través de los años lucharon por su libertad, aún en la actualidad ese vínculo afectivo sigue siendo un arma de sometimiento femenino que esta insertada en la creencia social y en la formación educativa de las mujeres.
Y son esas creencias las que mantienen privadas de la libertad a mujeres que, en algún momento de su vida fueron realmente amadas por los que hoy son sus opresores o agresores; unas con afectos mal entendidos y otras engañadas por verdaderos dementes.
Mujeres que, si hubieran crecido alejadas del modelo idealizado de la buena hija, la buena esposa, la buena madre, la buena mujer que soporta todo por amor a su pareja o su familia, no estarían padeciendo un infierno terrenal.
No pertenecerían a ese 66.1 por ciento de mujeres que sufren violencia por parte de su pareja o esposo, y sus hijas e hijos no formarían parte del 48 por ciento de menores víctimas de violencia y/o abuso sexual por parte de sus progenitores.
Sin embargo, la sociedad sigue mitificando y creyendo en la idea romantizada de que las mujeres deben ser seres amorosos y abnegados, cuyo deber primordial tiene que ser la familia, en dónde ningún entorno por más violento que sea puede estar por encima de esta.
Y es precisamente esta creencia, la que coloca en riesgo a miles de mujeres que se encuentran encerradas con sus verdugos, las cuáles no pueden ser asistidas porque existen personas que, aún creen que las relaciones familiares forman vínculos afectivos de convivencia armoniosa en donde no existe la violencia familiar.
Personas que, a pesar de los altos índices de violencia familiar registrados, creen que las agresiones familiares son tan normales que forman parte de una tradición familiar.
Lo anterior a causado que, estos modelos de opresión, desigualdad y violencia se legitimen socialmente a tal grado que las mujeres los normalicen y acepten, contribuyendo con ello a su perpetuación.
Por todo esto, es indispensable que las mujeres accedan a espacios en donde su función no sea reducida solo a las reservas sociales, ellas deben tener las oportunidades para ser capaces de subsistir sin que un hombre se ocupe de ellas y sin que se sientan socialmente comprometidas a desarrollarse como esposas o madres.
Solamente así podrán lograr su independencia, amar sin renunciar así mismas y optar al matrimonio o a la maternidad cómo opción personal y no como una necesidad social o de subsistencia.
Bien lo dijo Marcela Lagarde, para amar y ser amadas las mujeres necesitamos entrar a un proceso de autoconciencia para identificar qué somos, donde estamos, que queremos y que necesitamos para transformar y manejar nuestra vida.