CARLOS RAMOS PADILLA
¿Por qué la ciudadanía se revitaliza y hace a un lado a los políticos? Porque ya no les creemos, les faltará integridad y en muchos casos dignidad. Saltan de un partido a otro, intercambian sus órdenes de aprehensión por sumisión, caen constantemente en el abuso y la corrupción. Sus propuestas de campañas carecen de sustento y los debates públicos entre candidatos se sujetan a acusaciones mutuas de ineficiencia o raterías, pero nadie acaba en la cárcel. Las arengas se tornan superficiales y dan más de lo mismo sin cumplir. La gasolina a 10 pesos habrá empleo, se cansará con la delincuencia, seremos potencia en educación y otras tantas tonterías que solamente nos dibujan que la intención no es ser responsable sino encumbrarse para enriquecerse brutalmente. Cuando un grupo está en el poder humilla y descalifica a los adversarios. Cuando la situación cambia, los antes sentenciados en juicios sumarios públicos se convierten en inquisidores y promueven leyes para hostigar a los demás. De manera cínica nos advierten que las instituciones que nos dan certidumbre se van al diablo y que no “me salgan con que la ley es la ley” y anulan las garantías constitucionales. Países menos desarrollados y con menores recursos que el nuestro como por ejemplo El Salvador, se convierten en vanguardia y ejemplo por su Estado de Derecho, defensa de su democracia y gestor de satisfactores sociales. En menos de 5 años han dado un giro impresionante. Sin embargo es más sencillo pactar con tiranos y abrir las puertas a las células criminales. Su poder económico es muy superior al generado por una plataforma fiscal necesaria. Se rolan entre políticos los cargos, no importa si saben o no de la materia y mucho menos si son sujetos a investigación judicial. Abrazan y juguetean con niños y ancianos sintiéndose protectores para luego dejarlos desvalijados hasta de sus esperanzas. Los jóvenes no encuentran un empleo digno porque se favorece al comercio ambulante o de manera imperial se decide que nadie debe ganar más que yo. En verdad, ya no se les cree. La avaricia y la soberbia son una mancuerna que los ilustra a la perfección. El financiamiento a sus partidos les permite hacer lo que les venga en gana, manipulan los presupuestos, declina. A sus obligaciones, se vuelven torpes, omisos y negligentes, una cara muy distinta a su sonrisa maquillada en campaña, por cierto, candidaturas ganadas no por talento o tenacidad, sino por un absurdo y tóxico pago de facturas políticas. Los que llegan destruyen lo que ya se hizo porque lejos de dar continuidad eliminan los logros de sus antecesores. En verdad, ya no se les cree porque ante tanto despilfarro todo tiene justificación y si no su mayoriteo acaba con el debate. Llegan juramentando progreso, se van sin vergüenza alguna, aunque “la Nación me lo demande”. Y el número de damnificados por políticas públicas equivocadas, el registro de pobres, ignorantes e incultos se multiplican. Los políticos han perdido confianza, cercanía, cariño y reconocimiento, por ello la sociedad está buscando nuevas formas de gobierno.
Hay millones de personas con enorme capacidad para hacer grandes logros sin dejar heridos o muertos políticos. Son muchísimos los jóvenes con ambiciones legítimas de triunfo sin mermar al erario. La grandeza está en los valores y ese principio ha sido olvidado por los políticos.